El ministro de Hacienda no se aguantó más. Un hombre que no ha perdido la compostura ni ha elevado su tono de voz desde que llegó a Teatinos 120, esta vez sí lo hizo y emplazó a los empresarios para que "dejen de lloriquear".
Rodrigo Valdés es una especie de bicho raro para este gobierno. Su nombre habría sido impensado al momento de instalación, bajo el signo del "cambio de modelo". Un economista proveniente de la banca de inversión -máximo exponente del lucro y la especulación- habría tenido vetada la conducción de las finanzas públicas del país. Eran los tiempos de Arenas. Los tiempos en que la tecnocracia había caído. Los tiempos en que la macroeconomía pasaba a ser con vino tinto.
La historia es conocida. El fracaso de la instalación y los brotes verdes que nunca llegaron forzaron la irrupción de Valdés. Y pese a que él, en privado, se encarga siempre de decir que es de izquierda, como una forma de levantar una barrera entre quienes lo quieran cooptar, el actual ministro es un claro exponente de la moderación de la Concertación y no de la utopía de la Nueva Mayoría.
¿Cómo se entiende el supuesto exabrupto, entonces? ¿Habrá sabido que a las pocas horas la agencia Bloomberg saldría a ratificar la tesis del lloriqueo, al señalar que los empresarios chilenos "ven el socialismo en cada esquina"?
Y la pregunta de fondo: ¿Son llorones los empresarios chilenos?
La respuesta es: en parte sí y en parte no.
El propio Adam Smith miraba con cierto recelo a los empresarios. Si bien no reservó para ellos una crítica tan frontal como lo hizo con los terratenientes, los trató con bastante distancia. Sabía la importancia que tiene la actividad empresarial para desarrollar un país, pero desconfiaba del discurso en pos del bien público, ya que ellos solían estar contaminados con intereses privados.
En Chile hemos visto múltiples ejemplos de lamentaciones de los empresarios. De que el mundo se va a acabar si se toca cualquier tecla. Que no es el momento. Que se va a generar incertidumbre. Que nos van a bajar la clasificación de riesgo-país... Basta revisar algunos discursos en las Enade para recordar que las siete plagas de Egipto en Chile se han anunciado varias veces.
Es cierto que se podría pensar que Esopo se inspiró en los empresarios chilenos para escribir "Pedrito y el lobo". Pero es cierto también que hay motivos para pensar que este gobierno -al menos en su primera etapa- quiso meter un lobo en la economía chilena. Basta recordar la famosa frase de la retroexcavadora. La utopía del Nuevo Modelo. La condena al lucro enarbolada con fuerza, más allá de las universidades. O recordar a la Presidenta diciendo que no se debiera nunca lucrar con fondos públicos (lo que habría implicado eliminar miles de actividades que existen al amparo de los fondos públicos).
Uno de los grandes problemas de la izquierda no renovada es la de no aceptar la escasez de los recursos, por una parte, y la de pensar que el sector público puede reemplazar fácilmente al privado, por otra. Así, la ganancia parece fácilmente capturable por el Estado. Suelen olvidar la famosa frase de un escolástico del siglo XV que señaló que "cuando el asno es de muchos, los lobos se lo comen".
No cabe duda. La Nueva Mayoría terminó metiendo un lobo en la economía chilena. Por lo que, esta vez, sí hay motivos para llorar.
Sin embargo, hay lobos y lobos. Algunos empresarios piensan que hemos topado fondo, y no reparan que quedan muchos peldaños más abajo. Solo basta recordar la Argentina K, donde los precios se fijaban en la oficina del secretario de comercio en medio de veladas amenazas dignas de la mafia. Más abajo aún está Venezuela, donde el propio Presidente se encarga de tratarlos de ladrones en medio de constantes amenazas de expropiación.
Mirando solo el caso de Venezuela o Argentina es posible darse cuenta que el respeto a la institucionalidad, si bien ha estado amenazada en algunos sectores, nunca ha dejado de primar en Chile.
La Presidenta Bachelet trató de "agoreros del pesimismo" a quienes predecían los malos resultados de sus políticas, y el ex ministro Arenas, junto con insistir en brotes verdes inexistentes, se cansó en señalar que las reformas impulsadas no afectarían el crecimiento. Estaban equivocados.
Hoy Valdés está haciendo lo que puede para remediar lo que puede remediar y detener los últimos estertores de la utopía. Pero ya es tarde. La economía ya está jugada. Y es bastante deficiente. De eso no son culpables los empresarios. Más bien tienen motivo para llorar.