Esta es una película con varios protagonistas, y Tarzán (Alexander Skarsgård) está en tercera posición y no puede ser de otra manera, porque la jungla ya no es lo que era.
Las andanzas y aventuras del viejo personaje son políticamente incorrectas y esos tiempos ya pasaron.
Ya no es la hora del rápido de Johnny Weissmüller y sus matanzas de cocodrilos, sobre el agua y bajo el agua.
Tampoco las de un fortachón como Gordon Scott, que vivía asfixiando boas, pisando pitones y era el terror de los leones.
Y menos las de Lex Barker, con su taparrabo de piel salvaje, y un especialista en patear hienas y darles duro a las panteras.
El Tarzán actual no está para esas vestimentas ni trotes, por lo que es más bien de plástico y le saca brillo a su porte y músculos, pero no es más expresivo que un helecho y en dos ocasiones combate con un animal.
Los resultados son coherentes con el espíritu de la época, porque es un héroe cojo, inhabilitado y más bien anacrónico.
Primero soporta a un gorila que lo deja machucado, aturdido y termina en el hospital.
El segundo es otro gorila que le saca la mugre, le rompe un brazo y le desgarra el hombro.
La herida se la cura con ungüentos y para cerrar el tajo se coloca hormigas a modo de corchetes. Y como los insectos aún se pueden matar sin objeción ética ni reproche ambiental, se los come. Saben a tocino, comenta Tarzán, con lo que revela su contexto personal. Hace años que vive en Londres como el ciudadano John Clayton, es rico, posee título nobiliario, se casó con Jane (Margot Robbie) y no piensa volver a África a menos que África lo necesite. Y el Congo lo necesita.
La película, entonces, se sostiene sobre otros personajes con tanta o más presencia que el bueno y relegado de Tarzán.
Y ambos personajes, Leon Rom (Christoph Waltz) y George Washington Williams (Samuel L. Jackson), pertenecen al árbol genealógico que se desprendió de la filmografía de Quentin Tarantino.
Rom, el enemigo mortal, es un belga cínico, cruel y parlanchín, de modales afectados y maldad tan rebuscada que su mejor arma es un rosario de cuentas. Rom es un primo lejano de Hans Landa y el dentista King Schultz, porque el cine, en su faceta industrial, reproduce y replica lo que ha tenido éxito y funciona.
El doctor Williams, en realidad un diplomático estadounidense, es medio pariente del mayor Marquis Warren, se endureció en la Guerra de Secesión, anduvo peleando por medio mundo y ahora se convierte en el compañero de Tarzán, pero en clave de comedia, con un par de buenos chistes y bastantes payasadas.
Estos dos personajes, desde luego sobreactuados y seguramente muy bien pagados, al menos se divierten y algo mueven la película.
Pero Tarzán, a estas alturas y en el mundo actual, ya está de antihéroe y se contenta con lo que puede: grita, viaja en liana, pega un par de aletazos, mata hormigas y silba como los pájaros.
"The legend of Tarzan". EE.UU., 2016. Director: David Yates. Con: Alexander Skarsgård, Christoph Waltz, Samuel L.Jackson. 110 minutos. Todo espectador.