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Cartas
Viernes 01 de julio de 2016
Despenalización (legalización) del aborto
Señor Director:
He seguido con interés el debate acerca de la "despenalización" (que en verdad es la "legalización") del aborto en tres casos previstos en el proyecto de ley patrocinado por el Poder Ejecutivo.
Al respecto, me permito hacer algunas precisiones, válidas especialmente para los católicos, pero que son también de interés para quienes no lo son.
La primera es acerca del uso del calificativo de "clericalismo". Ese término se aplica para criticar la injerencia indebida de autoridades de la Iglesia en asuntos que no son de su competencia. Pero hay que tener presente que los pastores de la Iglesia tienen el deber de manifestar claramente a los fieles qué hechos son conforme a las enseñanzas de Jesucristo, y cuáles no lo son. Si no lo hicieran, serían, como dice el profeta Isaías, "perros mudos incapaces de ladrar".
La segunda se refiere al uso del término "fundamentalismo", el cual se suele aplicar a posturas demasiado rígidas. Sin embargo, es preciso recordar que en la fe católica hay valores intransables, irrenunciables y no negociables, como lo expresó claramente el Papa Benedicto XVI. Uno de esos valores fundamentales es el respeto y defensa de la vida de personas inocentes, desde su concepción hasta su muerte natural. Quien se confiesa católico y hace caso omiso de alguno de ellos debe preguntarse si es o no coherente con sus principios. En efecto, "católico" (palabra de origen griego) significa literalmente "según integridad" o "según totalidad", y es una expresión que postula coherencia, actitud que exige, en ocasiones, andar "contra la corriente" (tres Papas han empleado esta expresión), aunque para ello haya que pagar un subido precio.
San Juan Bautista, perteneciente a una familia sacerdotal de la Antigua Alianza, fue mandado a asesinar por el reyezuelo Herodes Antipas, con el pretexto de cumplir la promesa hecha a una bailarina y pensó que el cumplimiento de una promesa, moralmente inválida, para complacer a sus invitados, lo autorizaba para hacer degollar, con urgencia y sin dilaciones, a un hombre que no había cometido otro delito que el de señalarle la ilicitud de su unión adulterina e incestuosa con la mujer de su hermano. Hoy día no faltarían, quizás, quienes calificaran al santo Precursor de haber incurrido en un inaceptable "clericalismo" y en un deplorable "fundamentalismo". Jesús, su pariente, lo calificó, sin embargo, como una antorcha que "ardía y brillaba". La coherencia es iluminadora y ejemplarizadora.
Jorge A. Medina Estévez
Cardenal