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Editorial
Sábado 28 de mayo de 2016
El futuro de la agricultura
El país necesita renovar su sistema de transferencia de tecnología para promover la eficiencia e innovación en el área. El foco de ese esfuerzo debe estar en la productividad, la certificación de productos orgánicos y el aprovechamiento de las ventajas comparativas de Chile...
La alta humedad del verano pasado, las pocas horas de frío en el invierno, las intensas lluvias durante el mes de abril, entre otros factores, han golpeado fuertemente al sector agrícola chileno. A los factores climáticos se suma el frágil escenario interno y el complejo contexto internacional. La incertidumbre del futuro económico de China, el segundo país con mayor porcentaje de participación en nuestras exportaciones silvoagropecuarias (16,3%), después de Estados Unidos, ha generado preocupación entre los exportadores agrícolas.
Y basta analizar las cifras para reconocer que la inquietud es fundada. Mientras que el crecimiento promedio de las exportaciones agropecuario-silvícolas y pesqueras fue de 11,6% durante el período 2010-2013, en los años 2014 y 2015 dicha tasa fue de -0,3% y -0,7%, respectivamente. Y en lo que va del 2016, la variación anual de las exportaciones del sector fue de -7,8 y -7,9% en marzo y abril, respectivamente.
Las débiles perspectivas se están reflejando además en las expectativas del sector completo. Por ejemplo, el presidente de la Sociedad Nacional de Agricultura señaló recientemente que el gremio rebajó sus estimaciones de crecimiento para el sector en el presente año a un rango entre uno y tres por ciento.
Renovar la adopción de tecnologías
Si bien el país nunca ha logrado impulsar una revolución tecnológica propia en el sector agrícola, ha sabido sacar partido de las similitudes de clima y producción en este ámbito que existen con algunas zonas de los Estados Unidos, principalmente California. Esto permitió importar tecnologías fácilmente adaptables a las condiciones del país.
El Programa Chile-California fue un ejemplo. Este jugó un rol sustancial en las innovaciones asociadas al boom de producción frutícola que se experimentó desde finales de los años 70 hasta mediados de la década de los 90 en nuestro país. Este consistió en un convenio entre la Universidad de Chile y la Universidad de California, que significó la introducción de nuevos cultivos, variedades y actividades poscosecha. Este tipo de ejemplos, junto con la acertada apertura de la economía al mundo, permitieron a Chile aprovechar sus inmensas ventajas comparativas en la producción agrícola, siendo las frutas un exitoso ejemplo.
Sin embargo, si bien los esfuerzos académicos continuaron, lo mismo que las innovaciones, ese trabajo no se ha traducido en mayores niveles de competitividad en el sector. Los recientes aumentos en el costo de la mano de obra tampoco han contribuido y la competencia ha aumentado. Por de pronto, Perú se ha transformado en un importante competidor en los mercados internacionales.
Detectar las oportunidades de mejoras
El país necesita renovar su sistema de transferencia de tecnología para promover la eficiencia e innovación en el área. El foco de ese esfuerzo debe estar en la productividad, la certificación de productos orgánicos y el aprovechamiento de las ventajas comparativas de Chile.
En este sentido, existen señales de avance y oportunidades. La industria frutícola chilena, por ejemplo, ya produce cerca de 5 millones de toneladas de fruta al año, lo que hace del país el primer exportador frutícola del hemisferio sur y líder exportador mundial de uva de mesa y arándanos. La tendencia de los mercados mundiales de consumo, que privilegian los alimentos sanos y saludables, sugiere que los aumentos en las exportaciones de frutas continuarán -crecieron 38% en el período 2005-2015-, y Chile está en condiciones de aprovechar tal oportunidad.
El ministro de Agricultura ha señalado recientemente que se trabaja en una agenda de productividad específica para el sector, que incluiría una fuerte inversión en innovación tecnológica. Esto debe ser complementado con una mayor capacitación a los productores para que puedan aprovechar los acuerdos comerciales y así fomentar las exportaciones y la incorporación de nuevas tecnologías y técnicas agrícolas.
Otro tema central en la agenda debe ser la cuantificación de los efectos del cambio climático. Sin esto, será imposible anticipar los ajustes necesarios en los procesos productivos en el mediano y largo plazo, para promover la productividad. Aquí el Estado puede jugar un rol fundamental, promoviendo la investigación en esta importante clave.
Pero para que cualquier agenda en este ámbito tenga efecto, es fundamental una coordinación público-privada, con la participación de pequeños y medianos productores. El espacio para aumentar la productividad en dicho grupo es tan grande como su deseo de evitar los vaivenes de malos ciclos económicos, y por ello es ahí precisamente donde hay que poner las apuestas.