El discurso presidencial, especialmente su tono, me recordó a la Bachelet del primer gobierno: un liderazgo amable, invitante, cercano, tratando con soltura y hasta con humor las políticas de protección social. Al hablar de construcción de hospitales, de disminución de la brecha de especialistas médicos entre el sector público y el privado, de protección a las familias con hijos enfermos, de salud dental, de inclusión laboral de discapacitados, de protección de niños y de adultos mayores, de más y mejor amparo en casos de violencia intrafamiliar, de descontaminación, de conectividad, de mejores barrios; allí, en esos temas, casi únicamente en ellos, hubo cifras concretas, anuncios específicos, y por lejos, los mayores aplausos: me parecía retroceder siete años atrás, cuando la misma Presidenta lideraba al país y a una Concertación unida tras ella.
Si el tono hiciera la canción, habría que decir que estamos tras la búsqueda de la unidad, recordando que la historia se hace entre todos e invitando a todos a seguir haciéndola confiadamente, que hay promesas de mejor gestión; que se asegura responsabilidad fiscal y más continuidad que quiebres, para seguir en un senda de progreso, aunque más inclusiva, más participativa, más apreciadora de la diversidad e igualmente intolerante con la corrupción y los actos que defraudan la fe pública.
El problema de la Presidenta es que ha desatado algunos nudos que debe volver a cerrar bien para que al menos haya obra gruesa al término de su gobierno. Sobre ellos no hubo anuncios precisos y no los hubo porque aún no hay la suficiente claridad de lo que se quiere, y habría sido imprudente hacer anuncios sobre los cuales luego hay que desdecirse, como ya le ha ocurrido tantas veces antes. Sobre educación superior, apenas la promesa de que tendremos proyecto en junio, pero nada acerca de cómo podrá combinarse la gratuidad con la autonomía universitaria que asegura la calidad; poco sobre cómo se gestionará la educación escolar pública para poder esperar de ella mayor equidad. Sobre contenidos constitucionales, poco y nada, salvo una reafirmación genérica de la propiedad y la libertad. Nada acerca de cómo seguirá la reforma laboral.
En estos temas, los mismos de los que, por haberlos reconocido como problemas, la Presidenta extrajo su enorme popularidad inicial, los de las reformas estructurales, aquellos en donde aún no ha podido dar con fórmulas que sean popularmente convocantes; en estos problemas, que ahora como políticas generan más rechazo que adhesión popular y más tensión que unidad en la Nueva Mayoría, la Presidenta, tal vez con sabia prudencia, optó por ser inespecífica.
La falta de fórmulas más precisas en estos temas no es solo un problema de ella; es un problema del país. Por el lado de la derecha, muchos prefieren desconocer que la falta de participación, la inequidad y el desprestigio institucional y constitucional sean problemas reales. La nueva izquierda, la más joven, tiene sobre ellos una serie de consignas, más sentimientos que ideas, más emociones que propuestas. La vieja centroizquierda, la de la Concertación, renunció a sí misma y a hacer política cuando fue desafiada por la nueva.
Si, como a mí, le gustó el tono del discurso, pero encontró que le faltó más densidad en la letra, exíjale no solo a ella, sino a su sector político, que ayude a construir discursos específicos en estos temas. Es probable que nos sigan acompañando, y, como bien dijo la Presidenta, este país lo hacemos entre todos.
Jorge Correa Sutil