No es la primera vez que pasa. De hecho, ocurre en cada momento importante del gobierno de la Nueva Mayoría. "Yo esperaba que fuera un discurso que marcara un antes y un después, era la última oportunidad de este gobierno de cambiar el rumbo", sostuvo explicando su decepción el senador Juan Antonio Coloma. Una y otra vez la oposición se decepciona porque el Gobierno no asume el programa de la derecha.
Uno pensaría que, dado lo que significa "gobierno" y "oposición", es absurdo esperar que el Gobierno abandone su programa y haga suyo el de la derecha. Pero las cosas son menos extrañas que esto. Porque aunque parezca extraña la pretensión de la derecha, encuentra apoyo en el propio Gobierno. Es que hoy debemos tomar en cuenta que hay una derecha que está fuera de la Nueva Mayoría y otra que está dentro de ella.
La derecha (en sus dos versiones) cree que la reforma educacional fue un error, que solo se debe hablar de calidad y de educación preescolar; que la gratuidad es absurda e imposible en 2020 y 2030 y 2040; que el Gobierno debe reordenar todas sus fuerzas a lograr que suban las cifras de crecimiento; que la falta de titularidad sindical no es un obstáculo para la "adaptabilidad" laboral; que es importante, para dar una "señal" antidelincuencia, que la policía pueda detener a voluntad, etcétera.
La derecha de afuera de la Nueva Mayoría observa que la derecha de adentro de la Nueva Mayoría le da la razón en cada uno de estos puntos. Y por eso cada vez que se acerca un momento de anuncios importantes, manifiestan su esperanza de que la propia Presidenta de la República asuma ese programa. Y claro, tienen buenas razones para esto. Después de todo, la derecha de adentro lo anuncia constantemente. Pero sus expectativas resultan frustradas, porque cada vez la Presidenta rechaza asumir ese programa e insiste en su programa transformador.
Lo cual, por cierto, no quiere decir que ese programa transformador avance sin problemas. Es difícil gobernar con la oposición no solo dentro del gobierno, sino en cargos especialmente relevantes del gabinete.
Esto es lo que ha ocurrido de nuevo esta vez: a pesar de todas las insinuaciones (provenientes incluso del propio ministro del Interior) de que en esta ocasión sí se haría un giro hacia el crecimiento, la Presidenta insiste en su mandato transformador, mandato que ahora se vincula a la ley de educación superior (que será presentada, según la Presidenta, el próximo mes) y al proceso constituyente.
Pero es claro que la sola voluntad de transformación no es suficiente para transformar. Transformar es ejercer poder, y hoy el Gobierno tiene una escasa dosis de poder. El poder que originalmente tuvo se ha ido disipando por varios factores: por reformas mal diseñadas, negocios objetables, reacciones desafortunadas, y especialmente por la incapacidad de una clase política que, como resultado de veintiséis años de neutralización, es hoy incapaz de actuar políticamente. Por eso es posible que el proceso constituyente termine en una reforma más, por las mismas razones por las que el proyecto de ley de educación superior se ha venido postergando desde hace años.
El rechazo presidencial al intento de la derecha que está dentro de la Nueva Mayoría de reescribir el guión del Gobierno tiene, a estas alturas, poco más que el valor de un gesto: el de reafirmar la necesidad de transformaciones profundas. Y políticamente los gestos son importantes, si uno no olvida que son solo gestos.
Fernando Atria