Ya que llevamos un buen rato discutiendo acerca de educación, ¿ha pensado lo trascendente que puede ser que los niños sean criados con la idea de que el buen cine es una experiencia gozosa y que está bueno que empiecen a afinar su paladar?
La versión siglo XXI de "El Libro de la Selva" que se acaba de estrenar -que no es de "monitos", sino parte real, parte digital- es para que tome nota, porque se trata de una película cuidadosa y bellamente realizada, con una perfecta estructura de guión, que enhebra un relato dramático, coherente de principio a fin, y que nos regala unas líneas de diálogos exquisitas, desprovistas de lugares comunes y "mensajes" obvios.
Delicioso y preciso ensamble de aventura, emoción, comedia (incluso hasta la carcajada), acción y drama, este remake renueva la entrañable historia de Mowgli, el cachorro de hombre criado en la selva, salido de la pluma del Nobel de Literatura Rudyard Kipling en 1894, y que la mayoría recuerda por la versión animada de Disney de 1967.
Esta producción también es Disney, pero el director Jon Favreau (el mismo de "Iron Man") acudió mucho más a la fuente original -donde aparecen con nitidez los arquetipos y los mitos imperecederos en torno al héroe y su destino-, construyendo una historia que no omite el dolor ni la tragedia (aunque sea en dosis pediátricas).
O sea, un poco más de Kipling, un poco menos de Disney.
Favreau tuvo la compleja misión de trabajar con un chico de 12 años, Neel Sethi, escogido en un intenso proceso de casting , para que encarnara a Mowgli.
Sin experiencia anterior, Sethi aparece colgando de las ramas de inmensos árboles, saltando por acantilados, trepando, corriendo y relacionándose con sus amigos (y enemigos), los animales de la selva, en un ambiente virtual en el 80 por ciento de los cuadros.
Pero como este es el caso en que se estruja la tecnología disponible en función de la historia y no a la inversa (la pirotecnia no es la protagonista), no alcanza uno a sentarse en su butaca cuando ve, como si fueran reales, tanto a Mowgli como a su mentor, la pantera Bagheera, a sus "padres", Akela, el lobo líder de la manada, y Raksha, y los cachorros con que se ha criado; al temible e intimidante Shere Khan, el tigre que sabe hacer valer su superioridad; la seductora pitón Kaa; el despreocupado y divertido oso Baloo, y el gigantesco e impredecible Rey Louie, un inmenso mono inspirado en el legendario Gigantophitecus (el primate más grande que ha habitado la Tierra).
El hip hop ajazzado que entona el matonesco personaje es ¡imperdible!
Todos ellos, en medio de los impresionantes y variados parajes que cruzan y recorren.
Mucho menos musical que su antecesora, este es ese tipo de película en la que también se lo pasan genial los adultos (padres, tíos, padrinos, abuelos) en misión de llevar de paseo a los peques respectivos (deje en casa a los más chicos y los más inquietos).
Y si puede, véala con subtítulos (aproveche: hay copias en inglés, lo que no ocurre muy a menudo). Porque no se olvide que un porcentaje importante del talento de un actor se expresa en su voz. Y escuchar el timbre profundo de Idris Elba (Shere Khan), ese acento tan "british" con que Ben Kingsley interpreta a Bagheera, la estremecedoramente seductora tonalidad de Scarlett Johansson (Kaa), el divertido modo de Baloo en la versión de Bill Murray y ese rasposo tonito mafioso que Christopher Walken le imprime al Rey Louie es un verdadero placer.
"El libro de la selva" no será "Intensamente", pero créame que sí tiene mucho de Rudyard Kipling, un gran guión y una tecnología de punta muy bien utilizada.
(En cartelera).