La eficiente y muy buena mezcla de
thriller político e intenso drama psicológico, construido en torno a una histórica partida de ajedrez, hacen de "La jugada maestra" una película a lo menos original dentro del concierto de las temáticas que se están filmando.
Se nos había olvidado el ajedrez (ya no sale en el suplemento de deportes del diario), se nos había olvidado Bobby Fischer y, en menor medida, las "minucias" de la Guerra Fría.
1972 fue un año singular. La URSS y EE.UU. nos tenían bailando al ritmo de la ya mentada Guerra Fría, con todo ese cotidiano que tan brillantemente nos detalla la serie "The Americans" (en Netflix) y que ahora nos parece un poquito irreal. Pero no lo fue.
Y el 72, EE.UU. estaba a poco de vivir su Troya en Vietnam y Nixon ya chapoteaba en su Watergate. Mientras, Brezhnev podía sobarse las manos: su liderazgo político estaba consolidado (lo que sea que ello significase), la economía aún no entraba en su fase de estancamiento (como lo definiría Gorbachov) y disponía de un ejemplo vivo de lo que la cultura soviética podía producir, el imbatido campeón mundial de ajedrez, Boris Spassky (Liev Schreiber).
La película es un biopic (filme biográfico) -con tratamiento de suspenso- en torno a la controversial y trágica figura de Bobby Fisher (Tobey Maguire), con abundante material documental sobre la famosa partida que enfrentó al disciplinado coloso soviético con el chico de Brooklyn, cada uno un peón en este escenario en que el mundo giraba según el eje este-oeste ("Pawn sacrifice", su título original).
La primera escena nos sitúa en aquel momento en Reykjavik, cuando Fisher no se presentó al segundo encuentro con Spassky, con los noticieros de todo el mundo informando del hecho y él abriendo teléfonos, rompiendo cuadros, en búsqueda de micrófonos en su habitación.
De allí nos retrocede a su infancia, con una madre soltera que cultivaba a sus amistades del Partido Comunista y que le encargaba al chico que la alertara si veía algún auto vigilando afuera de la casa. Sus temores y paranoias y su temprana obsesión con el ajedrez desfilan en la primera parte.
Ya adolescente, empieza a ganarse un nombre en los círculos donde se organizaban partidas y muy pronto es el campeón de EE.UU.
Su arrogancia, sus conductas extrañas pasan a segundo plano cuando es visualizado como la posibilidad de que un estadounidense derrote a un soviético en esta disciplina, con la carga simbólica que conllevaba.
La película asume el riesgo de no dictar cátedra sobre algo tan complejo como es el funcionamiento mental sicótico de su protagonista. En cambio, intenta acercarse a su atormentado interior (la música, la edición de sonido hacen lo suyo, así como el preciso desempeño de Maguire, que aun con "El Hombre araña" en su CV, siempre ha sido un muy buen actor).
Se agradece que la exposición en cámara de este desorden sicológico no se resuelva con recursos obvios (como por varios momentos lo hace "Una mente brillante").
Ciertamente, también lo vemos en actuaciones irracionales en público; así como sus conductas fuera de lugar afectan a sus cercanos y cómo cada uno intenta asir esta relación: su hermana Joan, a quien le envía cartas cada vez más desquiciadas; el padre Bill Lombardy (Peter Sasgaard), cura, amigo y mentor, y gran master de ajedrez (el personaje es real), y Paul Marshall (M. Stuhlbarg), el abogado que hizo de mánager, imbuido del sentido patriótico de la empresa.
Los tres de alguna singular manera cumplen la función del coro griego: explican y a la vez representan las posibles aproximaciones que el espectador pueda tener frente a esta complejísima personalidad. Ella, sufriendo impotente por no tener en sus manos herramienta alguna para ayudarlo; el cura, desde una comprensión acogedora, sin buscar entender más que el dolor de Bobby, y el mánager, despejando a como dé lugar los destrozos e impedimentos que el mismo Fisher va desperdigando en su camino, con el claro objetivo de obtener la victoria frente a los soviéticos.
Las actuaciones deslumbrantes de Maguire, Schreiber ("En primera plana"), Sasgaard y Stuhlbarg, y una dirección que sabe incorporar y darle su espacio al ajedrez dibujan el mejor retrato sobre un héroe trágico, la dolorosa vida de una persona de difícil diagnóstico.
(En cartelera).