Por alguna extraña razón, a los libertinos les decían, antiguamente, "calaveras". Con un libertino calza mejor una carita redonda, rellenita, cachetoncita, pellizcona, con rizos cayendo por aquí, por allá, y una boquita de fresa y labiecitos con bótox (y "un humor entre perlas destilado", como llamaban en el Siglo de Oro a las babas de la amada).
El uso de las calaveras es variado. Aparte del que les es natural, o sea, servir de envase a la mentalidad de Usía y sonar con ella como cascabel, cuando Usía se agita, se las destina a beber vino de bacanal, cuando la calavera perteneció a algún enemigo, o a provocar al ermitaño saludables tirifilis con el recuerdo de la muerte, o a sostener la vela cuando se corta la luz (encuentra uno la maldita vela y, quizá, los fósforos, pero nunca dónde ponerla) o a proporcionar suficiente calcio a las matas de albahaca (como en el cuento aquel del Decamerón, en que la rijosa doncella, a quien le han decapitado el amante, entierra la cabeza de este en un macetero y le plantifica encima una mata enorme de albahaca, las más aromática de las labiáceas). En México y otros tremebundos lugares las usan como modelo para confeccionar atroces confites para el día de los muertos, y en la catedral de Viena y otros lugares análogos, para construir muros de bóvedas subterráneas, que quedan de lo más sólidos y sonrientes.
También, bendita sea, se comen. Un abuelo nuestro en Santa Cruz se hacía traer habitualmente a la mesa una cabeza entera de cordero cocida, partida por el medio, y comenzaba a "degustar", con cubiertos adecuados, que un poco de seso, que un poco de lengua, que otro poco de ojo, o de hocico o cachete. Quedaba la que le dije monda y lironda, para ser lamida y roída por los perros, que le chupaban hasta la última gota de enjundia que pudiera haber escapado a la cirugía del Tata. En un Opúsculo de amenas y sustanciosas reflexiones sobre el arte de bien manducar que nos regaló cierto día una querida alumna nuestra, se dice, muy a propósito, que llegan estas cabezas de cordero a estar sobre manteles con "la rotunda desnudez de una cabecilla nostálgica por la lana perdida para siempre".
Ahora, que si a Usía eso de comer cabezas decapitadas le trae el recuerdo de la guillotina revolucionaria, vaya por estas chuletas de cordero: son de rechupete.