Conozco a una señora relativamente antigua que se servía de la alegoría "acuérdate de que este/a veraneaba en el parque Cousiño", para recalcar con malicia la raigambre popular de la persona en cuestión. Indagando, llegué a muchos testimonios orales y escritos que daban veracidad a la figura: cuando a mediados del siglo XX el parque capitalino era un predio abierto, en los alrededores de la antigua laguna brotaban campamentos donde muchas familias pernoctaban para paliar la canícula estival.
El pueblo, desde que es proletariado moderno con derecho al descanso, ha debido buscar un lugar en la ciudad para pasar las horas libres de feriados y vacaciones. Para ello ocupó todo el verde disponible, incluso los espacios ornamentales o representativos. Este fenómeno mundial dio origen al parque popular o volkspark en la Alemania de entre guerras. Un jardín ideado enteramente para la recreación de las masas, con grandes praderas, solarios y comedores para la recuperación de energías de las fuerzas obreras. En Chile tuvimos también varios ejemplos de suministro estatal de descanso eminentemente popular, como los Hogares Modelo de Pedro Aguirre Cerda, el programa de Balnearios Populares de la UP o el programa de parques urbanos del MINVU iniciado en los años 90.
Pero las condiciones de la vida contemporánea han deconstruido el paradigma de la dualidad de clase y para muchos, hoy es un bien inalcanzable el ir a gastar las horas libres lejos de la urbe. El efecto de las pequeñas cápsulas de descanso que nos deja el trabajo se maximizan cuando se cuenta con un espacio público entretenido, refrescante y a la vuelta de la esquina. ¡Uníos, cansados del mundo, viudos de verano, emprendedores obsesivos y boletariados free-lance! Necesitamos que se piensen nuestras ciudades para el ocio y no solo para el negocio. Exijamos a la política más y mejores lugares para la recreación gratuita y democrática. Asegurar hoy el derecho al buen descanso será mañana más productividad.