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Editorial
Jueves 11 de febrero de 2016
Las mujeres en la fuerza de trabajo
Las mayores oportunidades y una creciente conciencia, por cierto aún insuficiente, de los empleadores respecto de la conveniencia y los desafíos que involucra la incorporación de las mujeres a sus procesos productivos también han ayudado a este mayor protagonismo femenino...
Entre 2000 y 2015 la participación laboral de las mujeres entre 15 y 64 años pasó desde 39% a 56% (la última cifra es estimada). El incremento comenzó a observarse con especial fuerza a partir de 2006 y ha ocurrido no solo entre las mujeres más educadas (de hecho, ha sido más bien modesto en este grupo, porque ya tenían una alta tasa de participación), sino que principalmente entre aquellas con educación técnica superior, educación media e incluso media incompleta. Por cierto, también ha aumentado la proporción de mujeres con educación superior completa que, por un efecto en la composición de la fuerza de trabajo femenina, ha contribuido a elevar su tasa de participación.
Es un cambio mayor, detrás del cual hay diversos factores explicativos. La más alta escolaridad es uno obvio. Pero también hay otros. Uno relevante es el incremento en las remuneraciones de las mujeres que, por ejemplo, entre 2005 y 2015 han crecido por hora y en términos reales a un promedio anualizado aproximado de 3,4%. Las mayores oportunidades y una creciente conciencia, por cierto aún insuficiente, de los empleadores respecto de la conveniencia y los desafíos que involucra la incorporación de las mujeres a sus procesos productivos también han ayudado a este mayor protagonismo femenino.
Con todo, para el promedio de la OCDE (excluido Chile), la participación femenina en este grupo de edad supera el 63%, lo que sugiere que aún hay espacio para elevarla. Si las mujeres chilenas alcanzaran una proporción similar a ese promedio, unas 450 mil adicionales podrían incorporarse a la fuerza de trabajo. ¿Qué podría hacer la política pública para alcanzar este objetivo? La jornada parcial es una práctica muy poco extendida en Chile. De acuerdo con la OCDE un poco más de 12% de las mujeres que están formalmente empleadas en Chile trabajan de este modo. Esta proporción es la mitad del promedio que se observa en la OCDE (hay que recordar, además, que entre los países de este organismo Chile es uno de los que tienen las más extensas jornadas anuales de trabajo). Si se piensa, al mismo tiempo, que una gran parte de las mujeres que trabajan en forma independiente privilegia una jornada parcial, hay aquí una potencial barrera para analizar. Si bien en el país existe la posibilidad de establecer contratos de jornada parcial, hay mucha rigidez en su definición. Por ejemplo, los horarios de trabajo no se pueden adaptar de una semana a otra de común acuerdo. La política pública debería explorar formas de hacer más atractivo el uso de este instrumento para empleadores y trabajadoras.
Otro ámbito que puede revisarse para facilitar la incorporación de la mujer a la fuerza de trabajo es la política de capacitación. Esta, como se ha advertido en informes y estudios, tiene muchas ineficiencias, pero no se ha abordado su transformación. Entre otros aspectos, no integra de modo efectivo a las personas que están fuera de la fuerza de trabajo. Esto es relevante para las mujeres, por dos razones. Por una parte, el ingreso de las mujeres de menor escolaridad a la fuerza de trabajo es muy selectivo. Ello sugiere que se privilegia a aquellas de mayores competencias, pero al resto no se le ofrece una oportunidad de acceder a programas que fortalezcan sus habilidades. Así, sus oportunidades laborales se extinguen irremediablemente.
Por otra parte, las mujeres suelen salir del mercado laboral como consecuencia de la maternidad, período que coincide con el de mayor aprendizaje en la vida laboral. Los programas de capacitación no se hacen cargo de esta realidad ofreciendo, por ejemplo, un apoyo en esta etapa que permita a la mujer seguir desarrollando sus competencias. A propósito de esta entrada y salida más frecuente de la fuerza de trabajo, el sistema de indemnizaciones por años de servicio, que actúa no solo como una barrera al despido, sino que, por la misma razón, como un desincentivo a la contratación, impacta entonces negativamente más a las mujeres. En suma, hay una serie de políticas vigentes que convendría modificar si se quiere promover la incorporación de la mujer en la fuerza de trabajo.