Señor Director:
En relación con el
editorial publicado el sábado en "El Mercurio", es cierto que una de las principales trabas a la hora de enfocar los problemas del séptimo arte nacional radica en el fracaso de la industria chilena para transformarse en un mercado autónomo (de cara a los recursos del Estado) y rentable, desde el punto de vista comercial y temático, frente a las audiencias.
A mi juicio, esta situación se debe a que erróneamente el futuro Ministerio de las Culturas (a través del Consejo del Arte y la Industria Audiovisual) ha centrado sus esfuerzos en repartir indiscriminadamente fondos públicos, con el objetivo de producir más de cuarenta obras de precaria calidad cinematográfica (un punto siempre discutible) cada año: salvo dos o tres casos, los creadores de piezas fílmicas en el país o bien terminan sus proyectos con números rojos, o bien no cuentan con una valiente sala que se arriesgue a exhibirlas (porque son "malas", y no va nadie a verlas). Con esta política, no se han facturado créditos perdurables (en un amplio sentido), que se puedan numerar con los dedos de una mano, ni tampoco se ha estimulado la aparición de audiencias masivas que "coman", sin subsidios ni obligaciones, el "apetecido" formato. Ojo: igualmente, nos referimos a una derrota en las estrategias de difusión y de márketing.
Así, y expuesto a las leyes de la economía moderna como a las preferencias sinceras de los usuarios, el cine chileno no gusta, menos entusiasma. Y eso que de acuerdo con cifras de consumo cultural y de espectáculos, el rubro fílmico y sus derivados son el negocio que mayor cantidad de dinero "mueve" entre las alternativas con que cuentan los ciudadanos a la hora de satisfacer sus necesidades de ocio y de entretenimiento.
La solución sería la siguiente: abrir el séptimo arte nacional a una estimulante competencia creativa, en procura del autofinanciamiento (atraer a los grandes estudios internacionales), y, también, formular una audaz política de exportación, ante los grandes circuitos extranjeros. Que ProChile se preocupe de fomentar la aparición de varias agencias, no solo de una empresa, para distribuir y "vender" la cartelera autóctona, más allá de nuestras fronteras, y de esa manera evitar entregarle el monopolio de esa vital tarea a una sola fundación, pues aquello les abre la desgraciada puerta a las camarillas y al amiguismo. Y que los fondos concursables, antes que azuzar la numerosa producción de cintas olvidables (hay que ayudar, no financiar), promuevan la edificación de modernas salas y butacas, que acojan a los cineclubs municipales (única forma de generar audiencias).
Es la burocracia estatal y el anquilosamiento complaciente (y la realidad) lo que ha sentenciado el diagnóstico que con acierto "El Mercurio" ha expuesto.
Enrique Morales Lastra
Periodista y crítico de cine