Señor Director:

Noelia Miranda, vecina de Maitencillo, se ha quejado del deplorable estado de ese amable lugar durante los meses de verano, especialmente por causa del comercio descontrolado que invade calles, playas, paseos y miradores.

Lamentable y todo, no es raro lo que pasa en Maitencillo. No solo pequeñas localidades como esa, sino todas las ciudades de Chile han sido transformadas en simples oportunidades de negocios, con la más absoluta complicidad de los municipios. De grandes negocios (inmobiliarios) hasta los pequeños del que fríe sopaipillas en la calle, ofrece anticuchos al paso de los transeúntes o vocea el papel higiénico que vende en la vía pública. Todo parece estar a la venta o cuando menos en arriendo. Así es la sociedad del dinero en que vivimos.

En Viña del Mar, por ejemplo, propietarios de departamentos de varios edificios de la zona costera, a cambio de dinero, autorizan habitualmente enormes instalaciones de publicidad que cubren todo el frente de los edificios y privan temporalmente de vista a quienes los habitan. Los futbolistas venden sus cuerpos hasta el extremo de que la parte de su pantalón que les cubre la nalga derecha luce una marca y otra la que tapa su nalga izquierda. Sampaoli llevaba cuatro marcas de publicidad en la espalda de su buzo y seis si se lo miraba de frente.

Es habitual incluso que el living de las propias viviendas se transforme en un punto de venta al que acuden las amigas de la dueña de casa a probarse ropa y comprarla.

Así es como están las cosas, y no solo en Chile, debido al culto que se rinde hoy a la obtención de dinero a cómo dé lugar. La vida parece reducida a meras relaciones de intercambio, casi con exclusión de vínculos de colaboración y ni qué decir de solidaridad.

Agustín Squella