Con la reciente firma de los cancilleres de la Cuenca del Pacífico se inicia la etapa decisiva -la discusión legislativa- del Tratado de Asociación Transpacífico (TPP en inglés). Se trata del convenio de liberalización comercial y financiera más relevante de la historia, con significativas implicancias para Chile y la economía mundial.

El intercambio de Chile con los países suscriptores del TPP alcanzó a US$ 45.763 millones en 2014, lo que representa un tercio de las exportaciones e importaciones chilenas y casi el 60% de las inversiones extranjeras en el país. Más allá de esos valores, el tratado redundará en mayores oportunidades de trabajo; abrirá nuevos mercados para exportaciones -algunas agrícolas que estaban protegidas en esa zona-, y densificará las relaciones con EE.UU. y Japón, la primera y tercera economía mundial, y con las principales de la Cuenca del Pacífico, que representan sobre el 40% del PIB global. En América Latina, además de Chile, participan México y Perú.

Desde mediados de la década de los setenta, Chile ha sido beneficiario de la ininterrumpida promoción, realizada por los sucesivos gobiernos, del libre comercio y de la visionaria prioridad que le asignaran a sus lazos con la Cuenca del Pacífico. La restauración de la democracia dio una trascendental dimensión a esos compromisos, con la suscripción de una veintena de tratados liberalizadores bilaterales, de la Alianza del Pacífico, la incorporación al APEC, y la participación fundadora del P4, que confluyó en el TPP.

El canciller, el director económico de la Cancillería y el equipo negociador chileno, que incluyó al sector privado, han llevado adelante una encomiable negociación. Junto a otros países, lograron flexibilizar rígidas posturas de Estados Unidos, particularmente en el sensible rubro de la propiedad intelectual de las patentes farmacéuticas biológicas y de medicamentos genéricos, cuya protección se pretendía extender desde cinco a 12 años. De haber prosperado esa posición, se habría producido un desequilibrio entre los incentivos para el desarrollo de nuevos productos y el acceso razonable a medicamentos de bajo costo, con un sustancial encarecimiento de los gastos de salud. Valioso es también el logro, reconocido por los dirigentes gremiales y productores nacionales, de la desgravación de exportaciones agrícolas y alimentarias.

Se espera que el año próximo los acuerdos sean obligatorios. Dependerá de la aprobación por los 12 congresos de los países signatarios, que deberán hacer prevalecer los evidentes aportes de estos acuerdos para las legítimas aspiraciones de progreso de sus pueblos y responder a las críticas por el secretismo de las negociaciones y a las presiones de grupos proteccionistas y de intereses comerciales no satisfechos.

Chile no está exento de este debate parlamentario, cuyo desenlace dependerá de la correcta difusión de los beneficios del TPP que hagan la Cancillería, las autoridades económicas y los organismos más representativos de la sociedad civil.

Gravitante será la aprobación del Congreso de Estados Unidos, que se ha dificultado no obstante haber autorizado la vía rápida para esta legislación. Los dos candidatos presidenciales demócratas han manifestado reservas sobre este acuerdo, que suman la oposición de otros parlamentarios, de la industria automotriz, farmacéutica y de algunos intereses norteamericanos, temerosos de la competencia de exportaciones provenientes de mano de obra barata de algunas economías asiáticas. El Presidente Obama está resuelto a luchar por la aprobación de este tratado, que pretende sea su legado internacional, no militar, más importante.

Chile no puede quedar al margen de la asociación con el mayor bloque comercial del planeta. De marginarse, restaría fuentes de trabajo y producción, quedaría en una situación desmedrada respecto de otras economías y perdería los beneficios de la interdependencia, la cooperación, el apoyo recíproco, la solución pacífica de las controversias entre los signatarios y de su mayor influencia en los foros mundiales.