David O. Russell filma con un talento y energía hoy escasa en el cine industrial. Cintas como "El lado bueno de las cosas" (2012), "Escándalo americano" (2013) o "Joy: El nombre del éxito", recién estrenada en Chile, son ejemplos donde narración y montaje se combinan con precisión y electricidad, la misma precisión y electricidad que desde "Tres reyes" (1999) lo puso como un posible y digno heredero de Scorsese. Es un cine que ciertamente despliega sensualidad y convencimiento cinematográfico, cierta erótica por las imágenes en movimiento. Otra cosa es que tenga la mirada sobre el mundo que se le exige a un autor propiamente tal. David O. Russell, al parecer, tiene más interés en el cómo que en el qué. Aunque, si somos justos, esto es materia por verse, porque también puede suceder que los críticos no hayamos visto su cine aún con suficiente cuidado. Con todas las distancias del caso, a los mismos Ford, Hawks y Hitchcock los trataron alguna vez como tan solo buenos narradores, buenos artesanos.
"Joy" pone en escena a una joven madre (Jennifer Lawrence) aprisionada por una vida que, claramente, no eligió vivir. Cuida a una patética madre (Virginia Madsen), adicta a las teleseries desde que fue abandonada por el marido (Robert de Niro), admite que su ex marido (Edgar Ramírez), un cantante latino que no despega, viva en su sótano; cuida a su hija con abnegación y escasos recursos y, como si todo esto fuera poco, recibe a su padre de vuelta cuando arranca de otro quiebre amoroso. La única que parece en sus casillas es su abuela (Diane Ladd). Ella es quien narra la historia y mantiene su fe en que Joy no ha dejado de ser la mujer llena de talentos que ella observó mientras la criaba. En este patético entorno, cuando parece no haber salida, Joy tiene una suerte de epifanía y, con los útiles escolares de su hija, diseña un trapero que no ensucia las manos de quien lo usa. La cinta, entonces, contará la odisea por sacar este producto al mercado.
Sí, es una nueva versión del sueño americano, tal como los pillos de "Escándalo americano" vivían una versión torcida de la misma ilusión, pero tomada tan a pecho que la anteponían a todo sentido de justicia o moral. Aquí estamos en el lado A de este mito fundador de Estados Unidos, dentro del sistema, por así decirlo. Eso no asegura nada, por cierto. El retrato que David O. Russell hace del camino al mercado está tanto o más lleno de pillos, traidores y canallas como el crimen organizado. Con la diferencia de que si los pillos de "Escándalo..." tenían algo alegre y gozador, la lucha de Joy es puro trabajo, rabia y angustia. Con todo, el director no solo apoya a su protagonista con una lealtad de fierro, sino que parece identificarse con sus luchas, que, después de todo, son también las luchas del artista o del mismo director de cine por abrirse camino en un medio donde imponer la visión personal tiene algo de hazaña homérica. No es raro, en ese sentido, que grandes directores hayan hecho sus propias versiones del infierno que esconde el sueño americano. Howard Hawks dirigió "Río Rojo" (1948), que puede ser uno de los mayores homenajes que se han hecho a la persistencia (y demencia) de un empresario; Coppola filmó "Tucker" (1988), donde un visionario conoce una muralla infranqueable. "Joy" es una cinta en esa misma tradición. En tiempos en que dirigir una versión del sueño americano no es exactamente bien visto, menos aún si tiene como protagonista a una empresaria, David O. Russell dirige una cinta contracorriente, bellamente jugada por su protagonista y posiblemente muy personal.
Joy: El nombre del éxito
Dirigida por David O. Russell.
Con Jennifer Lawrence, Robert de Niro, Bradley Cooper.
Estados Unidos, 2015, 124 minutos.