Dominique Fabre - La mesera era nueva , Los tipos como yo - pertenece a una categoría de escritor muy en boga: el escritor minimalista. Más allá de los múltiples significados que la palabra "minimalismo" tiene en la actualidad, y que se aplican a la arquitectura y otras artes, si pensamos en la novela y el cuento, eso significa ausencia de drama, situaciones sin tensión, sentimientos en sordina. O, lo que viene a ser lo mismo, cierta trivialidad, prevaleciendo la insignificancia y hasta el escaso interés en la vida misma de las personas.
En Fotos robadas , la más reciente novela de Fabre, estos y otros aspectos similares llegan a una suerte de apogeo, si es que puede emplearse este último término a una historia tan lánguida y mortecina como la que se narra aquí. Jean, el protagonista, es despedido anticipadamente de la firma en la que trabaja por lo que hoy se llama necesidad de funcionamiento de la empresa. Se comunica con Martinet, antiguo amigo que sufrió el mismo percance y que lo pone en contacto con una abogada laboralista para negociar su salida, o sea, obtener una indemnización por años de servicio decente. Las cosas se ven difíciles por la crisis económica que afecta a Francia, por la cesantía creciente, por la competencia para conseguir los empleos que sean y, en especial, por la edad de Jean, 58 años, lo que en estos tiempos lo vuelve un anciano. Mientras se va acercando el momento en que deberá dejar su oficina, es progresivamente degradado, le quitan espacio, lo van arrinconando y si bien no podría hablarse de hostilidad por parte de sus compañeros, él se siente cada vez más aislado. Lo que hemos dicho podría configurar una fase angustiosa o al menos inquietante, pero en Fabre, mejor dicho en Jean, el hecho de verse de un día para otro de patitas en la calle es tan grave como el horario de los trenes y buses, una lluvia repentina, tomarse un café frío. No hay, a lo largo de Fotos robadas , nada parecido a sentimientos de rabia y frustración, a reclamos por las injusticias cometidas, a lo que sea que equivalga a emociones que indiquen rechazo frente a hechos que, para cualquiera que no sea Jean, son injustos y arbitrarios. En verdad, el tema podría haber dado para una buena narración en torno a las aflicciones que hoy afectan a la sufrida clase media de todas partes o, en forma general, a los trabajadores del país que sea. Evidentemente, a Fabre eso le tiene sin cuidado, ya que después de que Jean recibe el sobre azul, se detiene en minucias tales como la comida que le queda en el refrigerador, las suelas gastadas de sus zapatos, las cartas y demás documentos que recoge en el buzón. No es que uno espere textos de protesta o reflexiones más o menos rebeldes cada vez que alguien enfrenta un futuro de inciertas perspectivas (y además está claro que a Fabre eso le da lo mismo). Sin embargo, transformar una historia que tiene como telón de fondo un severo momento en la existencia de un ciudadano en una serie de anécdotas intrascendentes, puede ser cuestionable.
Puesto que es imposible construir una ficción en base a tales antecedentes, vale decir, en la manera en que se desarrollan, pasamos a la vida social y familiar de Jean, tan desabrida como la que llevaba en la compañía de seguros en la que se desempeñaba. Es divorciado y nunca volvió a saber de su ex cónyuge, tuvo amores con Élise, a quien vuelve a ver sin consecuencias, mantiene una amistad con Nathalie, íntima de la anterior, se junta a comer con ambas y sus respectivas parejas en una velada que debió ser extremadamente apagada ya que ni siquiera recuerda qué se dijo o hizo a lo largo de ella. Surgen otros personajes, que hacen frente a conflictos graves: madres agonizantes, hijos desparramados y sin contacto con sus padres, deudas insolubles. Aun así, a medida que avanzamos en la lectura de Fotos robadas , nos damos cuenta de que son meros nombres que circulan en torno a Jean y de que es fácil olvidarlos, debido a que, aparte de brevísimos comentarios, ni siquiera sabemos cómo son físicamente ni qué distingue a unos de los otros.
En medio de esta total inacción, Jean retoma su anterior oficio, que es el de fotógrafo y de ahí deriva obviamente el título del libro. Entonces, se dedica a ordenar su archivo, en el cual predominan tomas tan vibrantes como hojas otoñales caídas en las veredas, paraguas que se abren y cierran según el clima y uno que otro retrato de seres queridos. Lo peor de Fotos robadas es que Fabre escribe bien, a ratos muy bien, aunque lamentablemente resulta desganado.