Fuertes marejadas han azotado durante las últimas semanas a los mercados bursátiles, cambiarios y de materias primas alrededor del mundo. Con el recuerdo aún vivo de los trastornos financieros que sacudieron a la economía mundial a fines de la década pasada, hoy reina la incertidumbre. En Chile debemos escudriñar bien el nuevo escenario y rectificar consiguientemente el rumbo.
En mi opinión, nada hace presagiar otra tormenta financiera global. Asistimos más bien al término del largo tratamiento que exigió la Gran Crisis para restablecer la salud de las economías desarrolladas. Con el desempleo bajo 5% y un crecimiento moderado, es natural que las tasas de interés en EE.UU. -y luego en el mundo entero- gradualmente comiencen a subir, desde los bajísimos niveles a los que nos habíamos acostumbrado. Ello está provocando un difícil reacomodo mundial, que implica pérdida de dinamismo en las economías emergentes, especialmente en China, y la correspondiente caída en los precios de los productos primarios, así como la depreciación de sus monedas. No hay crisis, pero es probable que la economía mundial, liderada nuevamente por Estados Unidos, marche más pausadamente, y a nosotros crecer nos resulte más cuesta arriba.
La prolongada bonanza del cobre nos llevó a calibrar nuestras políticas a un precio del cobre de tres dólares por libra, lo que ya no resulta verosímil. Ha hecho bien el ministro de Hacienda en solicitar del respectivo comité de expertos una revisión de sus proyecciones. Es altamente probable que ello obligue a replantear la estrategia fiscal, no solo para el presente año, sino también para los siguientes. Si ya parecía estrecho el presupuesto a la luz de los onerosos compromisos políticos del Gobierno -los gastos comprometidos no dejaban holgura ninguna-, una vez reconocido que los ingresos del cobre es probable sean a futuro sustancialmente menores, habría que aplicar tijeras. Afortunadamente, como nuestra deuda pública es moderada, es posible actuar con gradualidad. Lo urgente es que las expectativas ciudadanas y los apetitos políticos se pongan al día con la nueva realidad.
El nuevo escenario mundial hace aún más necesario que las políticas de Gobierno reimpulsen la inversión y la productividad. Creciendo al 2% o menos, las carencias privadas y públicas se agudizan. En el pasado, aún con bajo precio del cobre supimos crecer rápido. Por ejemplo, entre mediados de los años ochenta y noventa, el cobre fue 20% menor al actual y crecimos por sobre el 7%. Hay condiciones favorables: la caída internacional del petróleo y de los alimentos abarata costos y contiene la inflación, los intereses siguen bajos, un dólar alto ayuda a la competitividad. Pero para volver a crecer hay que volver a confiar en la energía innovadora de los emprendedores y la capacidad de respuesta de los mercados libres, abiertos y competitivos. Hacia allá hay que redirigir el rumbo.