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Editorial
Sábado 06 de febrero de 2016
El cine chileno
Dos carencias del medio son su constante dependencia de fondos de fomento estatal para nuevos proyectos y el no suficiente eco que estas películas generan en la audiencia.
Sucede cada dos o tres años. Una película chilena se convierte en fenómeno, llena las salas de cine, produce amplias ganancias e incluso genera secuelas. Pero, ¿qué ocurre con el resto de nuestra producción audiovisual? Estos días, el gran éxito de "Sin filtro" -la nueva comedia de Nicolás López- es merecida causa de celebración: sus más de 800 mil espectadores la sitúan desde ya entre los títulos nacionales más vistos de la historia y, como tal, ha contribuido a animar una cartelera veraniega poco acostumbrada a grandes recaudaciones; sin embargo, ninguna industria puede darse el lujo de depender del feliz destino de un solo título o de intentar repetir su fórmula al pie de la letra.
De hecho, si se observa con atención, muchos cineastas nacionales están recorriendo el camino opuesto a "Sin filtro". En vez de limitarse a crear un producto masivo, de raíces televisivas y orientado al consumo interno, hoy apuestan cada vez más por filmes con coproducción extranjera, enfocados en audiencias de nicho y con presencia en festivales internacionales. La cosecha ha redituado lo suficiente para que algunos realizadores estén iniciando promisorias carreras en el exterior -Pablo Larraín finalizó hace poco el rodaje de "Jackie", su primera cinta hablada en inglés; "Historia de un oso", el cortometraje animado de Gabriel Osorio, se encuentra nominado al Oscar 2016-; pero ello no ha sido suficiente para remediar dos persistentes carencias del medio: su constante dependencia de fondos de fomento estatal para levantar nuevos proyectos y el no suficiente eco que estas películas generan en la audiencia que compra entradas y se suscribe a los sitios de streaming .
Respecto de los fondos audiovisuales, el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes está trabajando en una profunda reformulación de las bases y mecanismos de estos; pero, de momento, la polémica en torno a su otorgamiento no decrece.
Ahora bien, ¿vale la pena seguir financiando películas que poca gente va a ir a ver? Todo indica que sí. En último término no se trata de proyectos ganados o perdidos, ni de los subsidios que se otorgan a los distribuidores de filmes chilenos o cómo se negocia el apoyo de las cadenas exhibidoras a los cineastas locales, sino de atender y remediar de forma eficiente la segunda de nuestras carencias sistémicas: la desconexión existente entre las películas y el público. Conseguir que audiencia y artistas se reconozcan entre sí.
Las miles de entradas vendidas por "Sin filtro" pueden ser un buen ejemplo de que un cineasta hace bien en ir al encuentro de los intereses del espectador; pero esta es una ruta que circula en dos direcciones, con un espectador que instintivamente se lanza una y otra vez en búsqueda de nuevas imágenes. Pero, ¿cuánto sabemos de él, de sus hábitos e intereses?
Hace mucho que el estudio y la formación de audiencias se consagraron como prácticas esenciales en el fomento del consumo cultural, pero en esa área y pese al esfuerzo desplegado por la Cineteca Nacional y otras instituciones, la industria del cine chileno aún se encuentra al debe; algo lamentable, ya que es precisamente en instancias como esas donde nuevas miradas y nuevas sensibilidades logran encontrarse. Y educarse.