Después de subir la escalera del avión, saludar a la azafata y cuando camine por el pasillo en busca de la clase turista, usted va a cruzar por un lugar amplio, espacioso y distinto.
Es una clase especial que se llama business.
En realidad era bastante superior la denominada primera clase, eso sí, pero convengamos en que todo tiempo pasado fue mejor, y concentrémonos en este pequeño relato.
Son unas 20 o 30 personas ricamente sentadas, porque ingresaron previamente y con comodidad.
Usted pertenece a otro grupo, al numeroso y a la manada, porque después de una fila serpenteante debió incrustarse en otra fila según el número de su asiento. Una avanzó lentamente y tuvo forma de serpentina. La otra fue recta y un poco desordenada.
Ha vivido entre filas. No nos engañemos.
En el banco y en la caja exclusiva de clientes, para que crea que la fila es corta. En la revisión técnica o en los locales de votación o sacando numerito en la farmacia, donde en verdad está en una fila desperdigada.
Es su vida y lo han puesto en fila, pero no sigamos afilando el concepto, porque ofender no es nuestra intención.
Ese primer anillo, conocido como business, le parece el paraíso en comparación con lo que a usted le espera.
Es verdad que esos asientos son anchos y mullidos, y son como debe ser: bandeja, respaldo, brazos. Mientras que a usted le corresponde un cuchitril opresivo que intenta disimular la estrechez con el ingenio de un portavasos que sale de no sé dónde y cojines flexibles para la cabeza. Que no le toque una guatona al lado, porque no tendrá dónde apoyar el bracito, a menos que elija el rollo y a ver si tiene suerte y que no sea cosquillosa ni quisquillosa. Y que el de adelante no se recline con decisión y ganas, porque puede que el respaldo le azote la pera.
Los de business, y esto es lo otro, eligen entre varios platos surtidos.
Lo suyo es distinto: bandeja corta y recipiente del tipo Alcatraz o Sing Sing, con el viejo truco de los ravioles con carne o el pollo con puré. Un pan, un puñado de frutas picadas y un quequito con un seudónimo aspiracional: muffin.
Entonces va cruzando y caminando hacia el fondo del avión, pasa muy lentamente por ese lugar olímpico, ¿y sabe cuál es el consejo?: abandone prejuicios y vibraciones negativas.
Lo de las filas en su vida es algo concreto y real, pero no lo convierta en un asunto psicológico o psicopático. No sea estrecho y mediocre.
Es probable que algunos de esos pasajeros sean ejecutivos de empresa o funcionarios del Estado y por eso están donde están, pero su sitio natural es en la fila y a su lado.
Cruce ese acantilado sin envidias y no sufra el vértigo de la clase media.
No los mire con malos ojos y no finja de lo que carece: distinción e indiferencia. Camine como siempre y tampoco los observe con la altanería del compatriota que cruza a pata el paso de cebra y lo hace con lentitud provocadora y retadora.
Si logra hacerlo, se lo prometemos: lo va a pasar mucho mejor en sus vacaciones.