Que por primera vez un chileno se haya ganado el premio Pritzker, el "Nobel" de la arquitectura, fue gran noticia, pero extrañamente -en un país que necesita casi maníacamente de héroes- la hojarasca de la pequeña política y sus bemoles volvió a consumir la agenda.
No estoy diciendo que la coyuntura no sea relevante. No. Es solo que la hazaña de Aravena es de tal magnitud real y simbólica, que amerita analizarse, recordarse y aquilatarse, de modo que sirva de inspiración para el Chile del futuro.
En efecto, Aravena ha validado no solo su obra, sino también su pensamiento y su manera de mirar el mundo desde aquí, desde el "fin del mundo". Lejos de tener ese sentimiento acomplejado -tan chileno- de estar trágicamente alejado de las grandes ligas y de que hay que asimilarse a las culturas desarrolladas para destacarse y sobresalir, Aravena ha triunfado desde una identidad original y propia. En primer lugar, trabaja desde la escasez. Su origen de clase media típica chilena -que podría haber sido un handicap en contra al no tener capital social, o pitutos, en buen chileno-, él lo transforma en plus , como es la capacidad de solucionar con lo justo, reflejo de haber sido criado no teniendo ni mucho ni muy poco. "Supongo que está asociado a una especie de carácter de Chile: suficientemente pobre para no poder hacer cualquier cosa, pero no tanto como para no poder pensar un problema en términos de sus posibilidades", explicó en 2009.
Luego, Aravena se ha enfocado en contestar las preguntas relevantes de su área de dominio, en vez de quedarse haciendo casas privadas, discotheques o proyectos que le dieran dinero y fama, como es la moda de los " starchitects ". Tampoco es que lo hizo por un espíritu de "buenismo", sino por darle una dimensión más profunda a la ambición, cual es la de intentar contestar las preguntas candentes y difíciles de su oficio con respuestas nuevas. Descubrir eso lo hizo volcarse a las viviendas sociales y de emergencia, uno de los problemas pendientes más dolorosos en Chile y en el mundo en desarrollo (y que será cada vez un asunto más grave en Europa por la crisis de los inmigrantes). Un tema donde no abundan grandes arquitectos que se interesen en solucionarlo.
Además, y muy importante, él ha creado institución, que es la empresa Elemental. No quiere ser el llanero solitario que viaja por el mundo cosechando aplausos, sino que considera un lujo la vida normal, tener tiempo para hacer los proyectos interesantes con un grupo de socios que se ha afianzado a través de los años.
Sin necesidad de impostar a un neoyorquino, francés o japonés, ha mostrado cómo se puede hacer sentido y belleza desde la austeridad y la adversidad, desde una geografía desafiante y que nos empuja a cierto aislamiento. Donde muchos ven solo un camino cuesta arriba, él ha encontrado vitalidad. Una muy global, pero muy chilena a la vez.
Hay que celebrarlo y estudiarlo más, y transformar este galardón, como él mismo dijo, en un premio para todo un país. El país que quizás no somos ahora, pero que podemos llegar a ser si logramos levantar la cabeza y ver un poco más arriba de la hojarasca.