"Situar ciertas inclinaciones u obsesiones que nos acompañan durante toda nuestra vida en un plano que podríamos llamar estético, en la infancia, si bien no es ninguna novedad, tiene en su favor y como paliativo el hecho que es de una certeza y comprobación irrefutables, sobre todo en una mirada retrospectiva y simbólica... A mí me ha tocado la obsesión por el horror, fundamentalmente en el plano de la representación, es decir, las novelas góticas del siglo XVIII, que se sitúan entre una suerte de antiilustración y un romanticismo que exacerba el lado siniestro de esta forma de ver y vivir cultural...".
Este fragmento corresponde a "Breve autobiografía del cine de terror", una de las 10 piezas de Pequeña historia del mal , de Tomás Harris; ella aborda un tema, mejor dicho varios temas que el autor ampliará con distintos matices y variadas aproximaciones en el resto de esta antología: el vampirismo, la licantropía, la necrofilia, las películas de miedo clase B, los monstruos o criaturas que se transforman en tales, la mitología en torno al espanto, las situaciones domésticas que derivan en catástrofes alucinatorias, los directores, estrellas y actores hoy desconocidos que encarnaron a Drácula, Frankenstein, Nosferatu y otros engendros diabólicos, más otra serie indefinida de tétricos asuntos que siempre han atraído a Harris. El autor posee un conocimiento verdaderamente asombroso, casi enciclopédico acerca de estas materias, que trata con una superabundancia de citas, referencias, listados de nombres ilustres y menos ilustres y, por si fuera poco, muestra un dominio de la literatura, sea culta, sea popular, que en los dos pasados siglos se ha ocupado del lado oscuro de la vida y de las manifestaciones artísticas que lo ilustran. El título del relato contiene una palabra clave, que revela que Harris es su protagonista: "autobiografía". Con anterioridad, en "El vampiro desmemoriado" o, más adelante, en "Tynka", "El gato transparente" y "El librero pornógrafo", el narrador se llama o se dirigen a él como "Tomás" o "Harris", de modo que, disfraces más, disfraces menos, ya no podemos tener ninguna duda de que es el propio Tomás Harris quien nos está contando estas eruditas y truculentas fábulas. El dilema que puede plantearse cualquier persona, lector ocasional o habitual, es el siguiente: muchas veces la anécdota central queda sumergida, aplastada, literalmente deglutida en medio del culterano aparataje diabólico que las rodea. O bien estas tramas, que pueden ser interesantes, pasan a transformarse en elaborados ensayos, sin mayor tensión, acerca de zombis, muertos sin sepultura, posesiones satánicas, animales domésticos con características metafísicas u otra serie interminable de personajes y asuntos tenebrosos.
Harris es, con razón, más conocido como poeta que como narrador y así lo atestiguan los notables poemarios Cipango , Itaca o Tridente . Sin embargo, en forma paralela, ha desarrollado una carrera en el género breve y Pequeña... es su última incursión prosística, lo que demostraría que su vocación es y ha sido siempre la de un escritor lírico que, simultáneamente, retoma y retorna al difícil oficio del cuento. Por suerte, este volumen también contiene historias que no tienen nada que ver con seres maléficos y destacan especialmente "La balada de los hermanos Fuentes" y "El cadáver de Claudio Fuentes intenta dar noticias de su asesinato". Por decirlo con claridad, ambas intrigas poseen un fuerte tinte político, aunque sin estridencias ni diatribas y los hechos ocurren durante el período más peligroso y duro de la dictadura militar, cuando la gente desaparecía sin dejar rastros o bien era ejecutada sumariamente por sus ideas y actividades. La segunda de ellas posee un carácter denso y elegíaco y Harris, a pesar de su afición por lo macabro, aquí sabe de lo que habla. Tal vez por eso, tal vez por el excesivo aparataje satánico que muestra Pequeña... la mejor crónica de la colección es "Ella olía como los árboles". Durante un extenso veraneo en las cercanías de Concepción, con el río Biobío y los bosques de árboles nativos como telón de fondo, Raúl, el héroe, fumador y bebedor compulsivo, sale en la noche a comprar cigarrillos y licor, acompañado por Coco, una niña que ya muestra señales de mujer; el sospechoso vínculo entre ellos no llega a mayores, si bien la ambigüedad o la compleja situación nunca abandonan este perturbador episodio.
En suma, Pequeña... es un libro con altibajos, pero al menos con dos o tres narraciones de real calidad que justifican su lectura.