Mucho se ha dicho ya sobre la maravilla de que un joven arquitecto chileno haya recibido el premio universal de la arquitectura. Hay quienes parecen sorprendidos con el énfasis del jurado sobre la magnitud social del discurso y obra de Alejandro Aravena y sus colegas de Elemental, como si esto fuese una anomalía en la historia del premio. Pero el Pritzker no es un premio a las superestrellas del papel couché, cuya tradición se haya roto con Aravena y su provocador discurso político. Ya antes se ha premiado a arquitectos "fuera de norma", como el australiano Glenn Murcutt, discreto, y con pequeñas obras apropiadas al clima y al paisaje; el japonés Shigeru Ban, cuyo trabajo ocupa solo materiales reciclables como plástico y cartón, con énfasis en proyectos humanitarios; o el suizo Peter Zumthor, un ebanista convertido en arquitecto que produce escasas obras y solo de acuerdo a su interés. El Pritzker se enfoca en las múltiples dimensiones de la modernidad, y el mensaje que nos envía hoy es que la responsabilidad social y medioambiental del arquitecto es un desafío ineludible de la vanguardia, dadas las críticas circunstancias de nuestra época.
En este sentido, el premio de Aravena tiene interesantes repercusiones para Chile. Primero, todos los arquitectos chilenos nos vemos beneficiados con este reconocimiento, que asocia de manera indisoluble la imagen del país con los mejores estándares académicos, profesionales y disciplinares en nuestro campo. En segundo lugar, el premio vuelve a enfrentarnos como sociedad con el problema (irresuelto, interrumpido, postergado, ignorado) de la integración social urbana, que implica tanto la provisión de vivienda de calidad como su justa localización. En esto, el discurso de Aravena no es nuevo en Chile, aunque resulte inaudito para la presente generación. Desde comienzos del siglo 20 el Estado, apoyado por los sectores más solidarios e ilustrados, llevó a cabo enormes esfuerzos por integrar social y espacialmente la metrópolis chilena. Ese proceso se interrumpió de manera abrupta hace décadas, con terribles consecuencias de segregación que comenzamos a sufrir -y a intentar revertir- recién hoy. Por eso este premio es un premio a nuestra propia esperanza.
Para terminar, una anécdota: hace unos días fuimos a ver un espectáculo extranjero en la Quinta Normal; cuando nos sentábamos en las graderías de la carpa de circo, repleta, escucho a alguien decir: "¡Mira, el señor Pritzker!" Efectivamente, estaban Alejandro Aravena y su familia entre las primeras filas. No resistí el impulso de felicitarlo; mientras me acercaba, Alejandro me ve; nos abrazamos, lo abrazo largo en nombre de tantos. Entonces surge un enorme aplauso y Alejandro me dice: "¡Ya comienza el espectáculo!" Pero no. El aplauso era todo para él.