En algunos momentos se parece al Mauricio Macri de siempre. En otros, es perceptible que algo ha cambiado en él. Es cordial y afectuoso, como lo fue siempre en el trato cara a cara, despojado de cualquier boato y hasta de asistentes.
Es él quien se ocupa de traer dos vasos de agua. Pertenece a esa clase de políticos que dicen y escuchan con la misma atención. Pero cuando habla por teléfono con sus colaboradores parece el Presidente en funciones. Las instrucciones son precisas. Elogia cuando hay que elogiar. Corrige el rumbo cuando hay que hacerlo. ¿Le preocupa el país que recibirá? Sí, claro. Pero se le nota más la seguridad que la preocupación.
Se terminó el tiempo de las batallas ideológicas y de las visiones paranoicas de la historia y de la política. Hay que ir al núcleo de los problemas y resolverlos, dice. El péndulo social se ha movido drásticamente. Una época de gestores concretos de los conflictos está sucediendo a un largo período político extremadamente ideologizado. El gabinete de Macri es producto de esa concepción. Eligió a los que cree que son los mejores para administrar cada espacio de la administración. Les dejará a sus ministros las manos libres para que designen a sus colaboradores. "No voy a ponerles comisarios ni amigos. Que trabajen tranquilos, pero que trabajen", explica.
Valora el respeto que hay por Alfonso Prat-Gay en los centros financieros internacionales. Macri quiere levantar el cepo cambiario al día siguiente de asumir. Ya no hay margen para maniobras, repite. "El Estado no tiene un dólar. No se trata ahora de darles dólares a algunos y no darles a otros. Ya no se le puede dar a nadie. Hasta las aerolíneas extranjeras están dejando de vender pasajes en el país. ¿Cepo a qué, si no hay nada?", se enoja. Está gestionando algunos créditos puente para tener un poco de reservas en condiciones de intervenir en el mercado y administrar la cotización del dólar. Dice que hay dentro del país, debajo del metafórico colchón, unos US$ 90.000 millones. Espera que muchos argentinos se decidan a cambiarlos y que, además, confíen en su buena administración. "Con cepo no hay solución; solo la escasez y la nada. Salgamos entonces del cepo".
Una sola ausencia le produce un dolor evidente: la de Ernesto Sanz. El líder radical fue (junto con Elisa Carrió) un pilar fundamental en la construcción de Cambiemos. Sanz se había preparado, además, para conducir el Ministerio de Justicia, un tema que el senador conoce por su paso por el Consejo de la Magistratura. Macri sabe que la colonización kirchnerista de parte de la Justicia será su problema. Sanz era la solución, hasta que un problema personal lo apartó abruptamente.
La designación que más lo entusiasma a Macri es la de la canciller designada Susana Malcorra. La había visto una sola vez, hace casi 20 años, hasta que se reunió con ella el día antes del balotaje. Malcorra ya sabía que la quería como canciller. "¿Por qué yo?", le preguntó Malcorra. "Porque sos la mejor", le respondió Macri. Esa es la manera de decidir del próximo Presidente. ¿Cuál es el principal problema internacional de la Argentina? Su actual aislamiento, su insignificancia en el mundo. Recurrió entonces a la argentina con más conexiones en el mundo, a la jefa de gabinete de Ban Ki-moon, aunque él casi no la conocía.
Barack Obama fue uno de los líderes extranjeros con los que tuvo el diálogo más simpático y amable, y terminó anticipándole que buscará en su agenda algunos días a comienzos de 2016 para visitar Argentina. Los otros fueron los españoles Mariano Rajoy y Felipe González. Con el uruguayo Tabaré Vázquez tuvo un diálogo muy cálido, y la conversación con el británico David Cameron fue de cercanías más que distancias. Solo Dilma Rousseff se mantuvo correcta, aunque distante.
Macri se reunió con el embajador de China y le dijo formalmente que su gobierno estudiará todos los convenios firmados por Cristina. "Buenas relaciones, pero transparentes", le dijo. Le anticipó a Malcorra que su posición sobre Venezuela y el acuerdo con Irán es inmodificable. Planteará el debate sobre los derechos humanos en Venezuela, aunque lo pierda en el Mercosur: "América Latina no puede seguir callando sobre los presos políticos en Venezuela".
Macri está dispuesto a buscar créditos en el mercado financiero internacional. "La cantidad que sea. No importa. El crédito está barato. Hay que llenar el país de obras de infraestructura", dice. Cree más en los emprendedores nacionales y en los inversores extranjeros que en los grandes empresarios argentinos. Empresarios extranjeros ya le anticiparon inversiones por US$ 2.000 millones. Con los empresarios argentinos tiene relación desde su infancia. No le gusta que conozcan más los pasillos del poder que las posibilidades de desarrollar sus empresas. "No hay peor astilla que la del propio palo", ironiza.
¿Por qué Patricia Bullrich en Seguridad? "Porque trabaja 20 horas por día", contesta. Sabe que la seguridad es el principal problema de los argentinos. Sabe, además, que la izquierda trotskista y las organizaciones kirchneristas lo consideran un enemigo. El espacio público podría ser, en los primeros tiempos al menos, un festival de protestas. Para peor, las fiestas de fin de año, siempre conflictivas en el país, llegarán 15 días después de su asunción. Actuará para restablecer cierta noción del orden público.
Vetará todas las decisiones irrazonables que el Congreso tomó en la última hora del cristinismo. Ya lo decidió. ¿Y cómo seguirá la relación con el peronismo parlamentario? Con los gobernadores. El sistema que deja Cristina los convierte a estos en meros delegados del gobierno federal. Ninguno puede pagar los sueldos si no le llega el cheque del gobierno nacional. Por un tiempo seguirá aplicando la ley de premio y castigo de su antecesora.
Podrá equivocarse de otro modo, pero definitivamente Macri no será De la Rúa.
Joaquín Morales SoláLa Nación/GDA