La exposición que en 1973 llegó a Chile, se colgó, se embaló de nuevo y retornó a México sin que la viera chileno alguno, después de más de cuatro décadas ha vuelto, ¡pero numéricamente tan disminuida! Hoy la muestra nuestro Museo Nacional de Bellas Artes en sus salas del primer piso. Se trata de pinturas, dibujos, grabados y bocetos pertenecientes al estatal Museo Carrillo Gil. Entregan obras en formato transportable de tres famosos mexicanos: Orozco, Alfaro Siqueiros y Rivera. Encarnan ellos la búsqueda, entre los años 20 y 40 especialmente, de una identidad estética nacional, independiente de Europa y, cronológicamente, la primera de Iberoamérica. Si bien llevaron a cabo su tarea a través del mural, según la técnica renacentista y con precedentes precolombinos importantísimos, lo que ahora se exhibe es suficiente para comprobar su importancia plástica. Además, el que sean los grandes ilustradores de la Revolución no les quita mérito como buenos pintores.
Los influjos del expresionismo germano, con sus deformaciones figurativas, marcan sobre todo a los dos primeros, al igual que los trazos monumentales y un cromatismo atemperado. Ambos se muestran suficientemente distintos entre sí, lo cual permite adjudicar a José Clemente Orozco (1883-1949) el tema del sufrimiento, de la muerte trágica. El dolor que afecta al bien individualizado pueblo oprimido resulta, pues, una característica suya capital. A la vez, el fuego suele desempeñar un rol destacado; también las coloraciones oscuras y los blancos espectrales.
Detengámonos en algunos de sus trabajos de los años 20 y 30 que mejor lo representan. Así, tenemos la quietud de una composición tan unitaria como "El muerto" y su fila de negras veladas alrededor del cadáver envuelto por sudario blanco, y enmarcado por la llama cálida de cuatro velas. Establece fuerte contraste con el bien construido dinamismo de la acción violenta que presenta "El combate", de la misma fecha. Otro logro son esas dolientes mujeres populares que parecen venidas del más allá, en "La casa blanca". Respecto al dibujo, "Sacrificio indígena" lo manifiesta admirable en las manos y brazos protagónicos. Asimismo, no faltan las incursiones abstractas, por ejemplo, "Elevado". En cambio, el artista mira al Viejo Continente por intermedio del hermoso "El invierno" (1932), de grises y ocres candentes, que recuerda a Kirchner, aunque su expresión y colorido resultan más calmados. Entre las tintas sobre papel hallamos la original y audaz composición, el intimismo dramático de "El ahorcado" o el interesante punto de mira desde el cual representa la víctima desnuda el dibujo Escorzo.
Más extrovertidos y vociferantes, los argumentos de David Alfaro Siqueiros (1898-1974) exhalan vigor formal y expresivo. Consigue un efecto monumental de curvas poderosas, de perspectivas vibrantes, de figuras que tienden a lo globoso, de gruesa pasta de piroxilina sobre madera comprimida. Tales atributos abarcan desde los desnudos femeninos hasta las escenas masivas. Probablemente dos pinturas concentran sus momentos de mayor excelencia visual. Una es esa obra, cuyo largo título sirve a una síntesis magnífica de la gesta mexicana moderna, Zapata, estudio para el mural del Castillo de Chapultepec (1966). Aquí, mediante amarillos y luminosidad victoriosa, hace emerger desde un abstracto claroscuro al aire libre un caballo y su jinete que paran en seco; su efecto dinámico se apodera del espectador. Primera nota temática para el mural de Chapultepec (1956-1957) resulta la otra pintura. De composición grandiosa, distribuye a través de un impecable desarrollo su ordenada y ondulante muchedumbre que se pierde hacia lo lejos. Al mismo tiempo encontramos arranques hacia el surrealismo figurativo. Muerte y funerales de Caín lo patentizan (1947), alcanzando a aludir a Dalí, a través de la amplitud paisajista y de su enorme, de su insólito gallo desplumado.
De acuerdo a la presencia escasa -nada más que cuatro óleos sobre tela de la década del 10- y circunscrita a un único período de su producción, Diego Rivera (1886-1951) emerge del todo diferente a sus compatriotas. Eso da derecho al público a preguntarse: ¿Y dónde está el famoso historiador visual de la Revolución Mexicana? En todo caso y más allá de los ejemplares cubistas expuestos en el Bellas Artes, el pintor resulta el más ecléctico del grupo, el más europeizante, refinado y expresivamente más blando. Sin embargo, su cubismo de colores vivos y variados se concreta aquí en un testimonio sumamente hermoso, El arquitecto (1915-1916). Constituye un retrato, donde dentro de un ámbito luminoso se conjugan amplios planos que se transparentan unos con otros y donde la movilidad elegante del conjunto se acentúa con el ritmo visual del motivo de las baldosas.
La exposición pendiente
1973-2015
Un acercamiento peculiar a tres pintores mexicanos de méritos sobrados
Lugar: Museo Nacional de Bellas Artes
Fecha: hasta el 21 de febrero de 2016