Se nos cruzaron en el camino una coneja grande con su cría chiquita. La grande saltó a un lado ("dio un paso al lado", como dicen ahora los politicastros, asustados de que los echen con cajas destempladas por causas que nunca faltan). Pues bien, saltó al lado la coneja, y el conejito se paralogizó e, inexperimentado, se agazapó, creyendo que con eso bastaba. Alguna maniobra hicimos, no sentimos golpe ni reventón alguno, por lo que calculamos que la linda bestezuela se salvó.
O sea, siguió viva para dedicarse a comer, hasta dejarnos hechos un despoblado de Atacama todos los jardines circundantes. No hay verdura a salvo. Pero el astuto Tico ha descubierto plantar su huerto a una altura donde el conejo no llega con sus brincos. Y para mejor, ha sembrado perejil por todo el contorno: dicen que el perejil los envenena. Ha logrado, así, salvar sus lechugas y habas.
"¿Por qué no los caza? ¿No tiene una escopeta?". Resulta que alguna idiota institución del Estado, que supera en idiocia todo lo que le hace falta como institución estatal, tiene prohibido cazarlos a escopetazos. Ni se puede poner pihuelos, que es la solución mortífera más silenciosa y económica, porque "podría matarse otra fauna". ¿Qué otra fauna? ¿Ratas de campo, no menos dañinas y, para colmo, feas? ¡Valor!
En tiempos cuando se protegía más los seres humanos que las bestias, comer conejos era común y se controlaba la plaga. Pero, atención: es carne tan magra que su consumo excesivo produce la muerte por "inanición cunicular", léase "exceso de proteínas, falta de grasas", destino que se merecerían no tanto los "gourmets" cunículas, sino esas flacuchentas que trotan en banda en gimnasios y otros antros de tortura. Por eso, su preparación demanda grasas de otras bestezuelas.
Si logra convencer a su Tico que cace un par de buenos, gordos, tiernos y encantadorísimos conejos, proceda del siguiente modo.
Gibelota de conejo
En 125 gr de manteca de chancho, dore hasta dejarlo crujiente 125 gr de tocino en trozos. Retírelo. En esa grasa dore las partes comestibles de los conejos (patas traseras y lomo; el resto es hueserío apenas chupable, como de Jane Fonda). Retire el conejo. Agregue a la olla una cucharada colmada de harina y dórela. Luego, moje con partes iguales de caldo y de vino blanco, para formar una salsa no espesa. Vuelva a ella tocino y conejo. Poco antes de estar, añada callampas variadas, cebollitas perla ya cocidas, hierbecitas, sal, pimienta. Ahora, puede también proceder como escribe don Ángel Muro, que trae una receta que, según dice, inventó algún diablo metido a la cocina. En la fórmula anterior, reemplace el vino blanco por tinto, y agregue, junto con las callampas y demás, unos trozos de congrio dorado, con espinazo, del mismo tamaño que las presas. Esta es receta de Zamora, de que gustaba mucho el ingeniero don Práxedes Mateo Sagasta.