No leas a Neruda porque era comunista (menos a William Morris, fundador de la Liga Socialista en Inglaterra). Tampoco a Óscar Wilde porque tuvo una intensa y depravada vida homosexual, aunque al final murió con los sacramentos.

No se te vaya a ocurrir escuchar a Richard Wagner: era una muy mala persona, dicen sus biógrafos. Y si atendemos a la rectitud de las vidas privadas y a las costumbres, no se salva nadie: ni Los Beatles, los Rolling Stones, Pink Floyd o Queen. Charly García, menos (pobre Jimmy Hendrix).

¿Podríamos ver los cuadros de Van Gogh sin peligro para nuestras conciencias? ¿O los de Picasso? Hemingway estuvo en la Guerra Civil española, ¡fuera con él!

Marlowe parece que fue espía, y Lope era literalmente un perro faldero. ¡Qué horror! No seguiré hurgando, pero, bajo premisas como estas, no podemos leer a Julio César, Catulo o Petronio; ni menos a Pound, Ginsberg o Graham Greene (quien abrazó el comunismo en sus primeros años, por algunas semanas...).

¡Fuera el teatro de Bertolt Brecht y Máximo Gorki! ¡Nada con la pintura de Frida Kahlo y Diego Rivera!

Entonces podríamos leer el "Barrabases", pero... puchas, sabemos de las barrabasadas que se mandó el autor.

Entonces, a consumir arte que provenga de la más inmaculada fábrica, de la asepsia total del quirófano: de la nada misma.

El arte vale por sí mismo, señores, compréndanlo, y no se deja manipular ni manosear por ideología alguna. Lo que es bello, es bello, ¡punto final!

B.B.COOPER