Cuando empezó este restorán era sinónimo de parrilladas, despedidas varias, encuentros de largas y conversadas mesas, y de menú. Porque aquí se estilaba, además de la carta, pedir con antelación el menú fijo, para que todo el grupo quedara feliz y la cuenta no se disparara. Poco había, entonces, de interesante para quienes buscaban algo más que saciar el hambre.
Luego se trasladó a Isidora Goyenechea, el polo gastronómico de Las Condes, donde los que guardaban recuerdos del anterior local siguieron negándose a ocupar sus mesas. Pero la opinión de un hombre refinado y conocedor de los buenos platos hizo cambiar la apreciación. Según él, Héctor Vergara, el master sommelier de Chile, el mejor mero del mundo se encontraba en el Don Carlos. Y eso por sí solo ya era un aliciente para comprobarlo. La primera sorpresa, hoy el restorán está a cargo de un matrimonio español, que no han querido cambiar de golpe del estilo, sino hacerlo poco a poco.
Por dentro sigue manteniendo el estilo de parrillada argentina que lo caracterizó desde sus inicios. Los garzones, antiguos profesionales, se manejan con el servicio.
Para comenzar, un chorizo de ciervo a la parrilla que resultó delicioso y poco común. Un jamón crudo normalito, sin mucha gracia. Una buena ensalada como las de antes, bien aliñada y contundente. Las milanesas eran tentadoras, pero había que ir al plato estrella. El mero venía sobre una cama de vegetales y estaba perfectamente cocinado. Lo justo para dorar su superficie y que dentro la carne -blanca y un poco aceitosa- resultara un manjar de dioses. Quienes conocen de pescados, saben que este tipo de pez de profundidad es una delicia.
Y si a eso se suma la cocción justa, se convierte en un placer como pocos. Lo que es la vida, el proveedor exporta casi en su totalidad esta exquisitez y deja solo unos cuantos kilos para el consumo en Chile. Finalmente, un flan de la casa fue el toque dulce para esta curiosa y diferente experiencia.