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Cartas
Jueves 26 de noviembre de 2015
¿Funciona?
A propósito de una nueva Constitución y del proceso constituyente, en estas mismas páginas, Germán Concha aboga por no sustituir una Constitución, que él juzga no está rota o en crisis, sino que funciona. Davor Harasic le retruca que más vale hacerlo antes que entre a su crisis total. A diferencia de otros partidarios del cambio, la columna de Harasic tiene la gran virtud de explicitar lo que, a su juicio, anda mal: la falta de confianza en las instituciones políticas. Precisar este mal, acertar en el diagnóstico de sus causas y preguntarnos si una nueva Constitución es o no un remedio razonable parece un camino más fructífero que el debate sobre la legitimidad de origen de la Constitución del 80, los sueños de país de cada uno o las fórmulas favoritas de los especialistas acerca de las mejores reglas constitucionales.
Sin diagnóstico, entrarle a un cambio de esa envergadura es entrar a tientas, y ello sería irresponsable; además de ineficaz, pues sin una idea fuerza del cambio necesario para arreglar un problema real, difícilmente la empresa llegará a puerto.
Comparto con Harasic que tenemos un problema constitutivo serio en la política chilena, que es su falta de credibilidad, y agrego que mientras no lo reparemos, difícilmente podrá pedírsele a ella buenas prácticas políticas o las mejores políticas públicas. El cuestionamiento, el desprecio y la burla popular provocan en los políticos falta de aplomo y reacciones populistas. Así es muy difícil un debate democrático vigoroso; así es muy difícil que el Estado esté en forma para enfrentar los desafíos de una sociedad moderna. Lo venimos presenciando y no me parece sea una desgracia fortuita que nos haya caído del cielo.
La siguiente pregunta es entonces si esta grieta, si esta falla central, tiene o no que ver con el diseño de nuestras instituciones o si puede paliarse con su cambio. La reacción popular más inmediata culpa más bien a los actores políticos y busca salidas fáciles como el límite de sus reelecciones. Es probable que una mirada más aguda nos muestre que con estas reglas no deberíamos esperar comportamientos más virtuosos. ¿Son las reglas o han sido solo los actores los que han causado la crisis? Por allí va otro debate necesario.
Y si alguna responsabilidad tienen las reglas, ¿cuáles de entre ellas? Las instituciones desacreditadas encuentran sus bases esenciales en la Constitución, pero las más sustantivas se hallan en leyes llamadas políticas, tales como las de partidos políticos, de elecciones, de financiamiento de la política y la del Congreso. ¿En cuáles ha estado la falla? ¿Dónde el remedio?
Celebro entonces un debate sobre el diagnóstico de nuestra crisis política e institucional. Parece ser el inicio más lúcido de cualquier proceso constituyente.
Jorge Correa S.