La muerte de un niño en una familia es sin duda la experiencia más dolorosa que puede suceder para los padres, pero también para los hermanos, abuelos, tíos, primos y padrinos. El dolor de los padres es de tal magnitud que les resulta difícil sobreponerse y es comprensible que les cueste estar completamente disponibles para acoger el dolor de sus otros hijos, aun cuando estén plenamente conscientes de lo afectados que puedan estar. Muchos papás verbalizan que la única razón para seguir viviendo son sus hijos, pero no saben o no tienen la energía para contener su pena. El dolor es demasiado grande y a veces piensan erróneamente que los niños no deberían verlos llorar, lo que no es posible ni deseable.
Es importante que haya otras personas disponibles para cuidar y dar consuelo a los niños más pequeños y jugar con ellos, porque a través del juego pueden expresar y elaborar sus miedos y penas. Los hermanos más grandes acuden muchas veces a los amigos, que les ofrecen soporte emocional y les ayudan a elaborar el duelo. Para los niños más pequeños esta elaboración es más compleja, porque no tienen un concepto claro de lo que significa la muerte. Por ello, junto con el proceso emocional de aceptar la ausencia de su hermano, se enfrentan a la necesidad de entender desde lo cognitivo lo que significa la muerte. Además, tienen que enfrentarse a la enorme tristeza de sus padres, que los afecta y que notan por los cambios que se producen en la rutina familiar.
Los sentimientos que acompañan esta situación están descritos en un bello libro de Luz Valdivieso y Florencia Olivos, llamado "Hermana", que relata con delicadeza y precisión los sentimientos de la protagonista ante la enfermedad y posterior muerte de su hermana. Es un libro cuya lectura puede ayudar a los niños que han pasado por esta experiencia a normalizar lo que les sucede. Está muy bien descrita esa sensación de ser un poco invisible para los padres, que están sumidos en su pena. Los niños son extraordinariamente sensibles y recurren a los recuerdos para sobrellevar su tristeza. Con no poca frecuencia aparecen culpas originadas en las peleas que se producen normalmente entre hermanos. Recuerdo lo difícil que fue para una niña de cuatro años poder perdonarse el haberle dicho durante una pelea a un hermano que falleció en un accidente: "ojalá te murieras", y comprender que el accidente no fue provocado por esta frase. Para ello, fue necesario entender que los deseos no tienen el poder de desencadenar hechos de esta naturaleza.
La compañía y los gestos amorosos de la familia y de otros niños pueden ayudar a mitigar los miedos, la pena y la culpa, que son sentimientos inevitables, pero no reemplazan la necesidad de los niños pequeños de compartir con sus padres en esta circunstancia tan dolorosa.