En su segunda temporada en un espacio distinto, "Ese algo que nunca compartí contigo" es otro atractivo fruto de los talleres de dramaturgia impartidos aquí por el Royal Court Theatre. Escrito por Claudia Hidalgo, ofrece un breve e intenso acto con algo de thriller y otro poco de psicodrama, que explora la fracturada relación entre una hija y su padre ausente, mientras bucea en cómo las llagas no cicatrizadas de la dictadura repercuten dolorosamente aún hasta hoy en el seno de nuestras familias.
En solo 45 minutos, y con un loable manejo del diálogo corto para expresar la urgencia del momento, plantea una inusual situación hogareña de ribetes enrarecidos. Al amanecer una mujer notoriamente descompuesta espera a tomar desayuno a su padre al que no veía hace mucho tiempo, y a quien citó, pues sospecha que él sabe la causa del grave problema que la afecta. Ella y su hijito llevan tres meses encerrados en su departamento sin atender el teléfono, ya que alguien los sigue y llama a toda hora (su esposo la abandonó creyéndola loca). Luego, el trémulo setentón le confiesa que, como oficial de Ejército que fue, torturó y asesinó a opositores al régimen.
Es una circunstancia tremenda, de gran riqueza y complejidad dramática, que tratada así, de modo tan escueto y conciso, parece que merecía un mayor desarrollo. Pero la gracia es que sugiere mucho, mucho más de lo que muestra. En el relato resuenan paralelamente los sentimientos de culpa y traumas, resentimientos y sospechas, tanto de la relación paterno-filial como del divisionismo histórico, que aquí se entretejen siempre desde la perspectiva de su impacto personal y humano. En el tramo final es el niño de 10 años, más maduro y ponderado que sus mayores, quien toma las decisiones, simbolizando que la única salida posible del conflicto público y privado está en la actitud de la nueva generación.
Con sus sobrios recursos bien calibrados y tensa atmósfera, el montaje -dirigido por Bastian Bodenhöfer- tiene como plus que lo protagoniza él mismo junto a su hija actriz Maira, ofreciendo ambos un desempeño estrechamente afiatado y lleno de interioridad. Mención aparte amerita el niño actor Franco Andrade, por asumir con asombroso aplomo y convicción su rol tan determinante. Muy acertadas resultan las luces y sobre todo la musicalización, solemne y meditabunda (de Arvo Pärt), para apoyar la vibración emocional de la escena.
No cuesta suponer que, debido a su carácter íntimo, la obra funciona en este espacio mejor aún que en su primer escenario (Mori Bellavista, en mayo); sin embargo, el ruido ambiental que se filtra desde el café vecino interfiere en la concentración y el clima, un descuido inaceptable de la administración de la sala.
Lastarria 90, Teatro DuocUC. Jueves a sábado a las 21:00
horas, hasta el 28 de noviembre. Entrada: $7.000.