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Editorial
Martes 24 de noviembre de 2015
Nivel de ingresos y expectativas de vida
Se requiere pensar una estrategia integral que enfrente los impactos de las desigualdades socioeconómicas de origen y que afectan la igualdad de oportunidades en un sentido amplio...
Las diferencias en las expectativas de vida al nacer de acuerdo al origen socioeconómico de la comuna en que se nace, registradas por un reciente estudio, permiten relevar la importancia de que el país desarrolle políticas sociales con una visión más integral, sin limitarse a resolver problemas puntuales sin profundizar en sus verdaderas causas.
En efecto, las trayectorias distintas ayudan a explicar la importante diferencia que hay en las expectativas de vida al nacer de las personas de acuerdo al origen socioeconómico de la comuna que habitan. Un estudio encargado por la Comisión de la Reforma Previsional sugiere que dichas expectativas pueden diferir en hasta seis años entre los habitantes de una comuna de altos ingresos y otra de bajos ingresos. Y quizás son todavía más elevadas al momento de jubilar. Por cierto, este hecho lleva a un debate específico respecto de la forma en que se deben calcular las pensiones en un sistema donde una parte importante de la pensión es autofinanciada y las tablas actuariales reflejan una expectativa promedio. Es un asunto de suyo complejo.
Pero desde el punto de vista de una política social integral, la pregunta más interesante es cómo lograr que las expectativas de vida no estén marcadas por el origen socioeconómico de la persona en cuestión. En la actualidad, gracias al Simce de educación física, sabemos que la probabilidad de un niño que cursa octavo básico de estar con sobrepeso es un 43 por ciento si es de origen socioeconómico bajo y de solo un 27 por ciento si es de nivel socioeconómico alto. Y esa circunstancia tendrá posteriormente una alta probabilidad de explicar la salud de esa persona en su vida adulta. También existe evidencia de que una educación parvularia de alta calidad en grupos vulnerables reduce el riesgo de drogadicción o alcoholismo en la adolescencia y en la vida adulta. Si estos programas son combinados, además, con educación nutricional y un cuidado de salud pertinente, los riesgos de obesidad y de enfermedades cardiovasculares, entre otras alternativas, se reducen significativamente.
Las diferencias en expectativas de vida, entonces, se pueden abordar a través de un apropiado diseño de la política social que tiene un foco muy importante en los primeros años de vida. En esta estrategia, los primeros pasos tienen que ver con el cuidado incluso antes del nacimiento y una atención profesional del parto. En esta dimensión el país ha progresado mucho y satisface los mayores estándares internacionales. Los pasos siguientes, en cambio, dejan mucho que desear. Aunque se ha avanzado, hay debilidad en la creación de un ambiente enriquecido para el desarrollo de los niños más vulnerables en su primer año de vida e insuficientes políticas para estimular el apego. Al mismo tiempo, la cobertura de la educación parvularia es insuficiente y no alcanza los estándares de calidad necesarios.
Estas políticas son solo algunos ejemplos de cómo pensar coherentemente una estrategia más integral que enfrente los impactos de las desigualdades socioeconómicas de origen y que sin duda afectan la igualdad de oportunidades en el sentido más amplio. En esa perspectiva, en cada etapa del ciclo de vida debe evaluarse cuáles son las iniciativas más oportunas para impulsar dicha igualdad. Este ejercicio pasa por reconocer que lo que deja de hacer en una etapa, especialmente en las más tempranas, es muy difícil, si no imposible de corregir más adelante.