Más allá de la profesión religiosa de cada uno, nadie puede negar que el mundo entero siguió con algarabía la reacción de los norteamericanos ante la presencia de este argentino que revolucionó a uno de los países más poderosos del mundo. Nunca un "rock star", ni qué hablar un Jefe de Estado, había provocado un entusiasmo semejante. La gente ocupó las calles para verlo, de lejos si era posible, repletó el Central Park de Nueva York solo para recibir una bendición desde lejos. Los servicios de seguridad planificados para esta visita debieron redoblarse. Y esto en un país con minoría católica.
¿Por qué?
Creo que hay al menos dos razones que explican este fenómeno:
-El Papa hace críticas al sistema capitalista y al uso de la tecnología en favor de los poderosos, con una calma enorme. No silencia los abusos de un sistema que solo produce desigualdad y destrucción. El Papa no grita, no vocifera, habla como si estuviera en una reunión cualquiera mientras les dice a los jefes de Estado del mundo y a los congresistas americanos por qué el mundo no puede seguir como está. No lo hace citando la Biblia, lo hace en el idioma de sus interlocutores; no es un predicador, es un Jefe de Estado que además habla de sueños, esperanzas y fe. Pide humildemente que los ciudadanos recen por sus gobernantes en vez de criticarlos sin piedad. Pide que recen por él. Se lo pide a ricos y pobres, a poderosos y desamparados, a católicos y no católicos. "Deséenme bien, recen por mí". Es a la vez un hombre y un líder. Necesita a la gente, no para que lo aclamen, sino para que lo ayuden.
¿Hay algún otro líder hoy en día capaz de hacer eso? Criticar desviadamente desde la humildad y desde su pertenencia al género humano, como todos. ¿Qué pasa en el corazón de la gente cuando una autoridad les habla así? Supongo que quieren ayudarlo, porque se sienten también ellos protagonistas de los cambios.
-El Papa habla en un lenguaje y de temas que atañen a la vida cotidiana de la gente. Dice cosas que podrían parecer lugares comunes, pero las dice de tal manera que quien lo escucha comprende que está hablando en serio. Su sencillez y su tono bajo, sin estridencias sino quieto y reflexivo, su sonrisa y su falta de pomposidad, lo hacen creíble y amable.
Yo invitaría a los coaches de grandes líderes y a los encargados de comunicación de los políticos y empresarios a que estudiaran este fenómeno. Está bien, es el Papa, pero para muchos el Papa no es más que el líder de una Iglesia que vive en la opulencia del Vaticano o que pertenece a una religión en extinción por el mal ejemplo de sus sacerdotes. Por eso, si solo lo tomamos como un líder de opinión, podemos deducir el hambre de sencillez que tenemos los ciudadanos.