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Editorial
Martes 13 de octubre de 2015
Renovación de la Alameda-Providencia
La Alameda ocupa un lugar emblemático en el desarrollo urbano y el imaginario social de la ciudad y, no obstante esa condición, hoy aparece como un espacio congestionado y deteriorado...
A dos años del bicentenario de la Alameda, la Intendencia Metropolitana de Santiago decidió llamar a un concurso internacional -fallado recientemente- para renovar su actual fisonomía, agregando en la propuesta su extensión natural hacia el oriente, el eje Providencia. El nuevo proyecto urbano, denominado "Paseo Cívico Metropolitano", comprende 12 kilómetros de extensión desde avenida Pajaritos hasta avenida Tobalaba.
La iniciativa es loable, en primer lugar, porque le otorga a la Intendencia un protagonismo en su función de planificación y coordinación urbana que había ido perdiendo de manos de otras reparticiones públicas sectoriales, como el MOP y el Minvu, y de los municipios, con grave detrimento para la ciudad. La pérdida de un ente coordinador con real capacidad ejecutora que mira la ciudad como un todo ha sido una de las mayores mermas acaecidas en este ámbito en las últimas décadas.
Por otra parte, la Alameda nació como una paseo peatonal, vocación que definió desde el principio su diseño, el que con el tiempo fue equilibrando con su tarea de ser también una vía de tránsito, pero hoy ese rasgo está descompensado, y el eje cívico de la ciudad se ha convertido prácticamente en una arteria destinada al flujo masivo de vehículos y transporte colectivo, perdiendo su calidad de lugar de encuentro y reunión de las personas. En la última gran transformación de la Alameda, tras la construcción del Metro, se perdió la oportunidad de privilegiar su vocación cívica, al optar por la construcción de un bandejón central -de muy difícil acceso- para la recreación y la instalación de la estatuaria. Esa opción dejó muy poco espacio para la aceras laterales, impidiendo la posibilidad de convertirlas en bulevares arbolados y con lugares para el descanso y el encuentro más protegidos del flujo vehicular.
Hoy sería impensable eliminar del todo las demandas de transporte de este eje urbano esencial de la ciudad, y a lo que se debe aspirar es más bien a restablecer un equilibrio con los requerimientos de mayores y mejores espacios públicos para los peatones y resaltar el carácter patrimonial de muchos de los edificios que se alzan en sus costados, que en su casi totalidad hoy son públicos. Tampoco, desde un punto de vista funcional, sería deseable eliminar el transporte por sus calles, pues la experiencia de peatonalizar totalmente las arterias históricas ha demostrado ser, en otras latitudes, contraproducente con el sentido que se busca, adquiriendo en algunas ocasiones dichas arterias una vida de bazar.
Un proyecto de esta envergadura -con una inversión de 220 millones de dólares- corre el peligro de no concretarse en un plazo razonable, lo que abre las puertas a futuras modificaciones y rectificaciones que podrían desvirtuar el espíritu original o, simplemente, dejar inconcluso capítulos importantes de este. Es de esperar que la materialización de este nuevo proyecto de remodelación cumpla sus plazos y objetivos. Por último, será de gran importancia en este nuevo programa el diseño del equipamiento urbano: luminarias, asientos, ciclovías, paraderos, señalética, pavimentos, elementos claves de detalle que le darán su rostro a todo el eje, y que deben conservar una unidad formal y estética esenciales.
La Alameda ocupa un lugar emblemático en el desarrollo urbano y el imaginario social de la ciudad y, no obstante esa condición, hoy aparece como un espacio congestionado y deteriorado, donde se convive en forma conflictiva. Su revitalización es una oportunidad para devolverle sus cualidades sociales en beneficio de los habitantes de Santiago, pero ello solo se logrará a condición de respetar su historia -el monumento a Baquedano no puede ser tocado en su dignidad- y que no sea un corredor de buses, sino una "Alameda" de tránsito abierto de vehículos y personas.