Cuarto estreno del colectivo hispano-franco-chileno La Mona Ilustre, en actividad desde 2009, "La niña de Canterville" es sin duda un espectáculo ingenioso y bonito de ver. Inspirándose por primera vez en un texto literario bien conocido, ratifica la característica constante de su línea de trabajo -una artesanía escénica de gran prolijidad y cuidado nivel de producción- que ha hecho que sus montajes seduzcan al público.
Ya que se alude desde el mismo título, se debe hacer notar de partida que la sencilla historia que despliega tiene bien poco que ver con el cuento "El fantasma de Canterville", de Oscar Wilde, publicado en 1887. Se vale de su concepto original -un matrimonio yanqui con sus hijos que se instala en un viejo castillo en la campiña inglesa en el cual hace 300 años 'pena' el atribulado espectro de un antepasado que mató a su esposa- para dar un rodeo y contar otra peripecia posible, que al autor le interesó solo como recurso de resolución: la relación que entabla la hija de los Otis con el aparecido.
Así que no hay que esperar para nada las sabrosas ironías con que Wilde se burló de las novelas de terror gótico de moda en su época, y confronta el pragmatismo estadounidense con el apego británico a sus tradiciones; tampoco la idea de que el fantasma simboliza de algún modo al artista forzado a reinventarse una y otra vez para llegar a su público. Virginia aquí no es una chica dulce y modosa, sino rara y disfuncional, y su improbable amistad con el espectro se origina en que ambos son seres excluidos.
Lo que queda es una intriga sumamente esquemática y lineal, una suerte de fantasía 'dark' algo sentimental y extravagante, nada de divertida (salvo un gesto procaz que se repite cuatro veces) y poco juguetona, pero sí melancólica. Puesto que el cine nunca ha estado muy lejos de La Mona Ilustre, eso remite a filmes animados como "Coraline" o "El cadáver de la novia", y aclara que el esfuerzo se destina más bien a un espectador adolescente.
¿Valía la pena reescribir a Wilde? Tal vez, siempre que el nuevo abordaje hubiera sido menos simplificador; sobre todo, si su ritmo no fuera tan cansino. Dirigido como siempre por el español Miguel Bregante, el meollo del relato se resuelve mediante el accionar actoral de los tres ejecutantes. El aporte de muñecos, otro recurso habitual del grupo, es mínimo: con ellos se presenta a algunos personajes, luego desaparecen y vuelven a escena solo en los minutos finales. Más que en sus anteriores frutos, en este se plantea la duda de cuánta sustancia dramática y teatral quedaría en escena si hiciéramos el ejercicio mental de extraer del resultado final la talentosa contribución del escenógrafo Eduardo Jiménez, que llena el espacio de detalles atractivos y sorprendentes.
Teatro UC.
Jorge Washington 26, Ñuñoa.
Miércoles a sábado a las 20:00 horas.
Desde $3.000 a $8.000.