Hay agitación la noche del 2 de octubre en la Hauptbahnhof de Frankfurt. Al otro día, la ciudad será escenario de las celebraciones oficiales de los 25 años de la reunificación alemana. Estará Angela Merkel y habrá un gran espectáculo de luces en el río Main. También conciertos -rock, Bach y Beethoven-, comidas típicas de los 16 länder y mucha cerveza. De los trenes salen cientos de personas con ánimo festivo, algunas ataviadas con trajes regionales.
En un andén lateral, el panorama es distinto. Decenas de refugiados -niños, mujeres de mirada baja y muchos hombres jóvenes- se bajan del tren y caminan en silencio a su bus. Apenas llevan unos pequeños bultos. No hay gritos ni escándalo, la policía observa de lejos y los voluntarios revisan listas de nombres. Sus rostros reflejan fatiga, pero también una tímida esperanza. Solo aquellos que demuestren ser víctimas de persecución podrán quedarse.
Las dudas sobre si Alemania podrá acoger -e insertar- a cerca de un millón de refugiados que podrían arribar marcaron este aniversario. El gobierno es optimista; otros sectores, no tanto. "Nuestro corazón es grande, pero nuestras posibilidades, finitas", dijo el Presidente Gauck. Y Der Spiegel retrató con cierta sorna a Angela Merkel con el atuendo de Teresa de Calcuta.
En medio de las fiestas, pocos recuerdan que la reunificación también estuvo marcada por la incertidumbre y la desconfianza. Algunos ya se habían acomodado al irracional muro que separó familias y vecinos de la misma calle. La idea de una Alemania unida era popular entre las personas, pero fue resistida por varios líderes europeos. "Me gusta tanto Alemania, que prefiero que haya dos" es una frase que se repitió entonces.
En la propia Alemania había dudas sobre cuán rápido debía ser el proceso. Tras la euforia, el camino se tornó pedregoso. Dos millones de personas se desplazaron hacia el Oeste en busca de mejores condiciones, dejando ciudades pobres y deshabitadas. La generación en torno a los 50 años de la ex RDA -viejos para reinventarse, jóvenes para jubilar- sufrió especialmente. Las diferencias entre salarios, jubilaciones y cesantía del Este y el Oeste eran dolorosas.
Hoy, un 80 por ciento de los alemanes piensa que la reunificación ha sido exitosa. Las diferencias salariales y de otros índices subsisten, pero han menguado. La economía mantiene su dinamismo y el país es pilar de la unidad europea. Hay brotes nacionalistas puntuales -se concentran en el antiguo Este-, pero la sociedad da muestras de apertura.
"Se ha hecho un buen trabajo. Más que reconstruir la economía e infraestructura, lo difícil fue derribar el muro mental, acercar las mentalidades y construir una comunidad. Hoy creo que Alemania es un país más unido que otros de Europa, como España y Bélgica", nos comenta el ex alcalde de Berlín Eberhard Diepgen.
En la desoladora y trágica historia del siglo XX, la reunificación alemana constituye un episodio inusual y esperanzador. Un acontecimiento que alienta a pensar que desafíos tan complejos como la inmigración pueden ser abordados con humanidad y sensatez.