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Cartas
Miércoles 07 de octubre de 2015
Francisco en el Capitolio
Señor Director:
El 31% de los legisladores de EE.UU. son católicos, lo que hizo posible que el Pontífice cabeza de la Iglesia Católica pudiera hablar ante el Congreso reunido en pleno en ese país.
Algo semejante a cuando Pablo VI habló en la ONU ante los representantes de todos los países miembros. Sus llamados a la paz continuaron después en una conversación privada con el Presidente Lindon Johnson. Pero el resultado de su misión fue decepcionante. El Mandatario norteamericano triplicó el envío de hombres y armamento a Vietnam, y su par francés, Charles de Gaulle, anunció la instalación de una tercera fábrica de bombas atómicas.
Era el tiempo de la seguridad ideológica; el tiempo de la "sociedad disciplinaria" (Biung Chul Han) y la arbitrariedad desembozada de las grandes potencias, prontas a adoptar soluciones de fuerza sin necesidad de inventar pretextos para justificarse ante el mundo.
El caso de Francisco es diferente. Su autoridad, como consecuencia de una espiritualidad más innovadora, más profética y audaz, el peso específico de su humanidad libre de toda atadura y prejuicio paralizante, lo acerca más a la figura de Cristo. Su humildad y sinceridad, su coraje y sabiduría tienen una fuerza de penetración capaz de hacer llorar a políticos que hasta entonces continuaban actuando en su rutinaria lógica impositiva propia de los que detentan altos poderes.
En el centro neurálgico de la primera potencia mundial, cuyo poder, como toda gran potencia, ha sido consolidado por una vía que no es precisamente la del Evangelio de Jesucristo, entró por la puerta principal, pero no con la majestad de los reyes, sino con la de los mensajeros de Dios. Y en este momento crítico para la humanidad, les dijo a esos legisladores sin autocensura alguna que ya no es hora para continuar con sus contiendas y divisiones, sino para usar su poder para curar las "heridas abiertas" de un planeta desgarrado por el odio, la codicia, la pobreza y la contaminación. Y eso, ante un auditorio que ahora sí tiene razones para temer por el futuro del mundo, de su nación y de sus propias familias. Las ovaciones de que fue objeto fueron por verdades contenidas que Francisco logró alumbrar en sus conciencias.
Gastón Soublette