Estamos tan cansadas, tan tristes. El maltrato nos tiene así. Me presento: soy "rebelión" ( 1.
f. Acción y efecto de rebelarse. ); vivo a pocas líneas de "rebelarse" ( 1.
tr. Sublevar, levantar a alguien haciendo que falte a la obediencia debida. ), de "rebelde" y de "rebeldía". De todas las palabras que habitan las ya abandonadas páginas del diccionario de la RAE, fui la elegida para hablar.
Me explico. Es cierto que vivimos en quienes nos pronuncian, pero a cambio de cobijo hacemos vivas ideas, pensamientos, emociones. Podemos ser dulces, suaves, tenues, pero también duras, violentas, insolentes. Esa es nuestra fuerza. Freud supo descubrir nuestro poder.
Pero, como nunca, hoy todas nuestras cualidades están siendo desperdiciadas. Eso nos rebela. Quienes saben reunirnos pueden crear mundos insospechados. Quienes saben pronunciarnos con nuestra real cadencia logran la atención de los más reacios a escuchar, los emocionan, los mueven; los capturan con la más suave e imperceptible de las redes.
Hemos aprendido a tolerar que nos confundan a unas con otras. Que se escriba y diga "listado " ( 2.
adj. Que forma o tiene listas. ) cuando se desea decir "lista" ( 3. f.
Enumeración, generalmente en forma de columna, de personas, cosas, etc., que se hace con determinado propósito. ). O "bizarro" ( 1.
adj. Valiente. ) como sinónimo de raro.
También soportamos -aunque con más dificultad- que algunos locutores de TV y radio nos cercenen y estiren a su antojo, intercalando eternas pausas entre sílaba y sílaba, como si nuestro verdadero sonido no fuera lo suficientemente "contundente" ( 2.
adj. Que produce gran impresión en el ánimo, convenciéndolo. ) para representar lo que tienen que decir.
A todo eso ya nos acostumbramos. Hoy, lo que realmente nos rebela es que unos pocos, que hablan a muchos, nos pronuncien en vano, que nos vacíen de contenido.
Reúnen a unas pocas de nosotras de tal forma que nada decimos, no envolvemos con peso a quienes escuchan; nos convierten en ruido con el que creen llenar la falta de ideas, de decisión, de contundencia.
Nuestra compañera "frivolidad" (frívolo: 1.
adj. Ligero, veleidoso, insustancial. U. t. c. s. ) describe bien lo que acontece. Aunque no se la pronuncie, está casi en todas partes, se cuela en discursos, explicaciones, proyectos de ley... Hay voces que hablan de "improvisación" (Improvisar: 1.
tr. Hacer algo de pronto, sin estudio ni preparación. ) en un intento por buscar respuestas al vacío que nos envuelve.
Algunos piden "perdón" o "disculpas", pero no se ve que el peso de sus significados los encorve. Se llama a la "transparencia" y los oyentes ni siquiera logran percibir el fondo de quien apela; se hace "autocrítica" sin cambio de rumbo. "Verdad" y "realismo" se usan como un botón de credibilidad.
Flotan en el aire realidades "inaceptables", pero que no desembocan en modificaciones; galopan voces repitiendo "sincerar", "coherencia"...
A las palabras finalmente nos llegó el virus, nos infectó la "crisis de confianza" diagnosticada a los chilenos. En nosotros es como un Alzheimer de identidad, de significado.
No queda más que "suplicar"( 1. tr. Rogar, pedir con humildad y sumisión algo.) que devuelvan a las palabras su razón de ser. No nos dejen morir de melancolía ( 1.
f. Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada).