El presupuesto se ha presentado. En una especie de reedición del "realismo sin renuncia" se ha anunciado que todo sigue igual, pero con algunos ajustes. Que se moderará el gasto, pero que los compromisos siguen. Que se pisará el embrague, pero que no se tocará al manubrio.
La presentación del presupuesto de la Nación es, junto con el 21 de mayo, probablemente uno de los dos hitos del año donde los gobiernos buscan imprimir un mensaje de lo que viene por delante. Y esta vez no ha sido la excepción. En este caso, sin embargo, se trata del quinto "punto de inflexión" del año. El primero fue el cambio de gabinete, luego vino el 21 de mayo, después el famoso "realismo sin renuncia", más tarde el cónclave. Ahora fue el turno del presupuesto.
Todas, instancias para establecer un cambio de rumbo. Para empezar segundos tiempos. Pero que en este caso -sin embargo- se ha tratado de instancias para reafirmar el camino trazado, pese a la constante baja de apoyo de la ciudadanía.
Lo anterior tiene mucha relación con la pregunta sobre el diagnóstico del escuálido apoyo del gobierno. ¿Es culpa del programa, o del caso Caval?
Y si bien la respuesta obvia es que es una combinación de ambas, en el círculo estrecho de La Moneda parecen convencidos de que es solo de Caval. Y eso lo explica todo.
En su fuero íntimo, la Presidenta parece seguir creyendo que el diagnóstico de 2009 estuvo bien hecho. Que el país necesitaba "otro modelo". Que si no se hacían cambios radicales, Chile se iba al despeñadero. También parece convencida de que el programa estuvo bien construido. Por eso es que hasta ahora no ha claudicado en nada.
A diferencia de lo que ha ocurrido en Francia, por ejemplo, donde el difícil momento de Hollande significó un cambio de rumbo real, con un Primer Ministro y un ministro de Hacienda que dieron un giro importante, en Chile tenemos más bien la figura de Burgos y Valdés, que si bien tienen un diagnóstico distinto al de la Presidenta, han hecho suya la recordada frase de Aylwin y se han dedicado a contener los daños "en la medida de lo posible".
La figura de Valdés, "ayudado" por la baja del cobre, se ha transformado así en un limitador de las aspiraciones contenidas. El hombre que maneja un poco la llave, pero que no puede hacer mucho más. De Velasco se decía lo mismo, que era el arquero de la insensatez. Tanto es así, que Francisco Vidal lo fustigó duramente y lo culpó derechamente de la derrota electoral.
El problema de la Presidenta y su círculo estrecho ha sido el no reconocer que el programa tiene gran parte de la culpa de la situación actual. Y que Caval solo incrementó el problema.
Y lo más complejo es que, independientemente de los grados de responsabilidad de cada uno, ambos se van a complicar más aún en los próximos meses.
En la medida en que el Gobierno siga adelante con su programa, más se complicará la conducción. La reforma tributaria quedó mal hecha. La educacional está resultando llena de letras chicas y asteriscos. La reforma laboral significará un nuevo golpe a la inversión. Y la madre de todas las reformas, la nueva Constitución, está por comenzar. Sin un norte claro, sin liderazgo y sin cohesión interna, la discusión de la nueva Constitución puede ser muy difícil de sostener para la Nueva Mayoría.
Por el otro lado, el caso Caval se puede complicar bastante más. La probable formalización de Compagnon y la eventual de Dávalos serían un duro golpe a la esencia de la Presidenta Bachelet.
No hay buenos augurios para el futuro del Gobierno. Pero lo que parece claro es que la Mandataria seguirá adelante hasta el final. Sin prisa, pero sin pausa. Convencida de que los cambios prometidos son necesarios y que cuando los chilenos vean sus resultados se darán cuenta, y los valorarán. Convencida de que si no hubiera existido el caso Caval, todo sería distinto. Convencida de que Chile no tendrá más oportunidades para hacer los cambios que se merece.