No logro sacar de mi mente el hallazgo de agua en Marte. Es posible que haya vida ahí, como en otros lugares del cosmos. Pienso en Ray Bradbury y sus "Crónicas marcianas"; también en Giordano Bruno y Galileo Galilei, víctimas de la superstición de la cultura occidental premoderna y que sufrieron por enunciar los mecanismos del universo. De niño yo disertaba sobre la vida de Galileo. Debo agradecer por ello a la biblioteca familiar y a mis benditos padres, que me despertaban de madrugada para observar eclipses lunares o, una inolvidable noche de 1969, para ver en tiempo presente a un ser humano posando su pie sobre la Luna; emoción inefable. El mismo año en que también ellos, sobrecogidos con la película "2001, Odisea del Espacio", de Stanley Kubrick, que por primera vez enfrentó al público con una visión verosímil del futuro, volvieron conmigo al día siguiente para verla en el Cinerama del Santa Lucía. Tenía 10 años.
Soy de una generación criada en medio de la frenética competencia espacial entre los superpoderes de la Guerra Fría, que creció con la certeza de ampliar los horizontes de la humanidad más allá de los confines de nuestro planeta. En apenas 20 años, el mundo evolucionó desde un par de diminutos satélites artificiales y las ingenuas imágenes cincuenteras de Flash Gordon, Buck Rogers o Superman, representadas con decorados de cartón, hilos y humo, hacia las visiones más concretas y domésticas de la aventura espacial: los satélites de comunicaciones que permitieron masificar las llamadas telefónicas internacionales y las trasmisiones televisivas, las cápsulas y los trajes presurizados, las caminatas en el vacío, la reiterada exploración de la Luna, la primera estación internacional en órbita. Así también los elementos de la cultura popular (incluidos la moda, el diseño y la arquitectura) abrazaron con fervor este nuevo orden tecnológico, material y conceptual: el diseño automotor, las fibras sintéticas, el explosivo desarrollo de materiales plásticos, la estilización e industrialización del mobiliario, la prefabricación.
En arquitectura, tal vez la consecuencia más insospechada del imaginario astronáutico sea la adopción de la cápsula hermética y artificialmente climatizada como un hábitat posible, tal como son miles de edificios que ocupamos hoy. De esta época provienen la "Casa del futuro", de los Smithson (1956), la "Casa Futuro", de Matti Suuronen (1968) y la fantástica propuesta de Buckminster Fuller de construir una cúpula geodésica sobre Manhattan (1960) para regular su clima y contaminación ambiental.
Soy de una generación criada en medio de la frenética competencia espacial entre los superpoderes de la Guerra Fría, que creció con la certeza de ampliar los horizontes de la humanidad.