Javier (Benjamín Vicuña) pone a calentar agua mientras, en el jardín, Amanda (Elena Anaya) mueve obsesivamente el agua de la piscina. Cuando él la detiene, ella dice, con angustia, que quiere estar lejos de allí: "Es horrible, pero no puedo mirarte".
Así empieza esta película: in media res, con agua y con una pareja quebrada, que ya no puede mirarse. Un suceso traumático los separa. Nadie lo describe, pero las señas diseminadas son suficientes: su hijo Pedro, de 4 años, ha caído a la piscina y se ha ahogado. En la escena siguiente, Amanda deja la casa, mientras Javier piensa en venderla.
El filme relata el proceso por el cual la ruptura de la pareja avanza hacia lo irreversible. Amanda se refugia en un antiguo pretendiente, Marcos (Néstor Cantillana), y en su trabajo como traductora. Javier, arquitecto, construye una casa para una pareja de amigos, cuida a su perro y ayuda a su padre (Sergio Hernández), que solo quiere rescatar de su viejo computador las fotos de... Pedro. Todo lo que rodea a Amanda y Javier parece dispuesto para recordarles una y otra vez al hijo que han perdido.
En principio, es una historia de dos, cada uno con su propia manera de sobrellevar el dolor. Pero el relato se concentra, en efecto, en Javier, cuyo punto de vista domina la mayor parte del metraje. Debido a ese desequilibrio, resulta claro que Javier quiere ser amado por su esposa, imagina la manera de recomponer sus vidas y cultiva la esperanza de que su separación no sea más que el costo pasajero de su tragedia. Los sentimientos de Amanda son algo más opacos, pero también es claro que para ella es más irremontable la mezcla de dolor y culpa que él cree compartir. Podemos tener una idea acerca del futuro de Javier después de estos días tremendos; es mucho más difícil imaginar lo que será de Amanda.
De modo que una vez más, y tal como en la mayoría de las cintas de Matías Bize, la película parece una cosa, pero dice otra distinta. Parece tratar acerca de una pareja de iguales enfrentados a una desgracia que es equivalente para ambos. Pero en realidad trata de la dificultad del hombre para sentir igual que su mujer, de su total incapacidad para comprender el vertiginoso nivel de su desolación. Parece referirse al dolor compartido, pero lo que en verdad muestra es el dolor dividido. Y al fondo de todo, como detrás de un vidrio, el problema de todos los hombres de Bize: su ceguera ante las honduras de la maternidad.
La crueldad de este tema parece desbordar a la propia película, única explicación para que Bize quebrante su delicadeza habitual en dos escenas cruciales (donde la actuación de Vicuña no ayuda mucho): la noche de amores ajenos y la nevazón que vuelve a conectarlos con una pequeña alegría. Ambos momentos son resueltos mediante el montaje alterno, un lenguaje cuya simpleza resuena más culposa que inspirada, como una compresa que no llega a aliviar la desesperanza del material.
Tal como La vida de los peces, La memoria del agua es una película notable no solo por su ejecución, sino por la lucha que libra contra sí misma, como un organismo vivo que sufre por su propia condición.
La memoria del agua
Dirección: Matías Bize.
Con: Benjamín Vicuña, Elena Anaya,
Néstor Cantillana, Sergio Hernández,
Pablo Cerda, Antonia Zegers.
88 minutos.