Buen dar. Cada vez más restaurantes dedicados a lo patrio y con una pátina sin ranciedades, ubicados en la frontera de lo turístico y lo local. O sea, -como para llevar al gringo o para llevarse uno mismo si se anda con antojo de chilenidades. Sólo por eso, Laminga la lleva. Si a esto se suma una banda sonora muy nacional, pero no cargada al charango -que no está mal- ni al guitarrón que tampoco hay que olvidarlo-, ya queda en claro que sentarse allí no amerita un amor irrestricto por lo antropológico.
Otra cosa que se percibe en este local del barrio Bellavista es lo bien puesto de su nombre. Porque tanto el personal de cocina como el de sala están bien interconectados. Como si de una minga se tratara. Hay un buen ambiente, el necesario para tirar de una casa que se llama cocina chilena.
La carta explora en platos más pop contemporáneos -como la chorrillana-, clásicos caseros -como pantrucas o lentejas con longaniza-, más turísticos -como los con atún-, más pitucos -como los chupes- y también con apuestas que suenan muy interesantes: empanadas fritas de jibia y una reineta arvejada. ¿Lograrán sacarle sabor al pescado más fome del litoral? Quedará para la próxima visita, pero que conste que suena bien.
Lo mismo que no suena tan mejor que hagan el cancato con salmón. Hagan el intento con el bicho original de esta receta, la tan vilipendiada y sabrosa sierra.
En fin. Con limonadas ($1.900) y una panera con trozos de tortilla de rescoldo, llegó un ceviche de atún a la chilena ($7.900). ¿Raspado, se preguntarán? No, lo de "a la chilena" queda en claro por el pimentón. ¿El resultado? Un mix entre este pescado tan internacional y un sabor que es de casa. Un gol.
El siguiente plato se quedó en el área chica no más. El asado de tira debe ser una de las carnes más ricas del mundo mundial, pero debe llegar más blanda ($8.900). No es que estuviera chiclosa, pero sí estaba un poquito tensa. El acompañamiento: rica pastelera. Con el otro principal también hubo un pero, pero ni tan mayúsculo. La merluza frita estaba óptima ($7.500), en un corte grande, con una ensalada chilena de las de antaño: rompe esófagos. Un poquito de tratamiento para la cebolla, plis, y sobre los tomates, tirón de orejas: que no todo es la receta. Para enorgullecerse de lo nuestro, hay que tener mejores proveedores.
Para terminar, un par de mini berlines ($2.900) que nuevamente apelan al imaginario más castizo. Les faltó un poco de levedad en la masa, una consistencia más de buñuelo, pero en el sabor estaban óptimos.
Que siga esta minga, ojalá, y con la misma brújula.
Constitución 125, 7-518 7605.