A veces tengo la impresión de que existen dos historias del cine chileno. Dos corrientes que, por más esfuerzo que se haga, rara vez se intersectan: en un lado, la idea de una industria audiovisual desarrollada, nuestra variada geografía utilizada como paraíso para filmaciones extranjeras, presencia en todos y cada uno de los grandes mercados y exhibiciones a sala llena. Por otro, nuestros cineasta luchando (y perdiendo por goleada) en la cartelera, dependientes del fondo audiovisual, reemplazando el cine de grandes temas por el intimismo y tratando de hacer lobby dónde y cómo pueden. En suma, el cine chileno que nos gustaría ser versus el que somos.
Uno puede extraviarse en serio al tratar de conciliar estos opuestos; pero es perdido en ese bosque que, de pronto, puedes toparte con algo como "Tiempos malos", el último largometraje dirigido hasta ahora por Cristián Sánchez. Él mismo me lo mostró allá por 2011, cuando la película -filmada en 2008- todavía estaba entrampada en la fase de posproducción y solo ahora, vía la Sala Cine UC, tendrá por fin funciones abiertas a público general. Nunca es tarde, pero es inevitable pensar que en esos siete años nuestro panorama fílmico cambió por completo: el digital reemplazó al 35mm, las recaudaciones se achicaron, la TV abierta se olvidó de nuestras películas y estas, a su vez, se obsesionaron con los festivales extranjeros. ¿Qué monos podría pintar un artista como Sánchez en este estado de cosas? Aunque, la verdad, esa pregunta está de más: a su manera, "Tiempos malos" es tan pez fuera del agua hoy como "El Zapato Chino" -su legendaria cinta debut- lo fue en 1977, cuando se estrenó casi en secreto en un país que prácticamente había olvidado su propio cine. En esos días fue recibida casi como un curiosidad y muy pocos levantaron la voz en defensa de su asumida marginalidad y espíritu ladino, pero ya ven: casi cuarenta años después es reverenciada como un eslabón perdido entre el nuevo y el novísimo cine chileno.
No está claro si la nueva película correrá suerte parecida, pero poco importa para el que se zambulle a fondo en su historia de cabros chicos metidos a mafiosos y de mafiosos que añoran falsos días de inocencia, mientras piensan con frialdad en la siguiente vendetta, en el siguiente golpe. Eso sí, una advertencia: la de "Tiempos malos" no es la delincuencia de los cacerolazos, la que mediatiza sin piedad la TV abierta, ni tampoco la cosa real. El lumpen imaginado por Sánchez es digno de una troupé circense y un círculo cerrado. Una pandilla en que tanto el capo di tutti como el último pistolero hablan su propio lenguaje, un impenetrable y vertiginoso coa recopilado, expandido e inventado por el propio director, que de tan barroco y culterano acaba por despojar de narrativa al filme y arrojarlo sin red al terreno de la lírica y la fantasía. Su devoción por un destartalado escenario de intrigas al tres y al cuarto -donde la violencia aparece, y feroz, en el momento menos pensado- es lo bastante apasionada para provocar la extraña impresión de irse fabricando y disolviendo a medida que el espectador la mira: nacida de la nada, para brillar fugaz antes de devolverse a la nada.
A ratos, la película semeja una extraño ritual de aparecidos (que incluye hasta doble de "Quintana", fallecido protagonista de "El Zapato Chino"). Inquieta admitir cuán familiar nos parece este mundo, este país de fantasmas. Será porque algo tenemos de espectros.
Tiempos malos
Dirección de Cristián Sánchez.
Con Fernando Farías y Diego Bizama.
Chile, 2008. 142 minutos.
Se exhibe a partir del 2 de septiembre en la Sala Cine UC.