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Editorial
Jueves 27 de agosto de 2015
Reencantarse con el crecimiento
Los chilenos vivieron en primera persona los beneficios de crecer, y tienen justificadas dudas de creer en un mayor bienestar con un mediocre desempeño...
El país pasa por una coyuntura compleja en materia económica. Sin embargo, en economía estas circunstancias ofrecen la oportunidad de reinventarse.
Chile es reconocido como un caso de crecimiento económico exitoso. Datos del Banco Mundial lo demuestran. En el período 1984-1997, el crecimiento promedio de nuestra economía estuvo en torno al 7,7% anual. El extraordinario desempeño económico, comparable al de los casos más exitosos en Asia, logró revitalizar una economía que había experimentado sendas caídas en su producción, primero por la debacle de la Unidad Popular, luego producto de la crisis internacional de principios de los años 80 y, finalmente, aunque con menor intensidad, por la crisis asiática.
Sin embargo, más allá de la coyuntura, las cifras sugieren que a partir de 1998 la economía chilena ha mostrado claros síntomas de desaceleración. El promedio de crecimiento anual para el período no superó el 4%, casi la mitad de lo observado en los años precedentes. Y la situación es aun menos optimista mirando el futuro. Las proyecciones del Fondo Monetario Internacional para el período 2015-2020 arrojan un crecimiento esperado de 3,3%, pero existen dudas fundadas respecto de esta cifra, pues es probable que deba ser revisada a la baja, siendo el negativo panorama que enfrenta y enfrentará China -uno de nuestros más decisivos socios comerciales y principal importador de cobre- el factor más importante.
Impulsar el crecimiento aparece, entonces, como un tema que debe ser prioritario para las autoridades económicas. En este sentido, las debilidades nacionales de los tres factores que permiten entender las fuentes de crecimiento -productividad, capital y trabajo- pueden entregar luces respecto del camino a seguir.
En materia de investigación y desarrollo, pilar fundamental de la innovación y las ganancias de productividad, Chile sufre un déficit inmenso. El país destina menos de 0,4% del producto a estas actividades, encontrándose entre las naciones que prestan menor atención a este ámbito dentro de la OCDE (Corea destina más del 4% del producto). En materia de inversión, los datos de Formación Bruta de Capital Fijo muestran un desplome histórico, que comenzó en septiembre de 2013. En materia laboral, la reforma no se hace cargo de los endémicos problemas de productividad del empleo. Por su parte, la agenda de capacitación parece haberse anclado en el proyecto "+Capaz", el que aún no cuenta con una evaluación, dejando de lado la reforma estructural del Sence.
Lo anterior demuestra que no es necesario inventar la rueda para impulsar a la economía.
La negativa realidad indica precisamente dónde deben estar puestos los esfuerzos. Por ejemplo, en vez de apostar por educación superior gratuita, el país debería apuntar a mejorar la integración entre las instituciones de educación superior y el sector real de la economía. La revisión de la reforma tributaria podría incluir un mejoramiento de las políticas de atracción de inversiones, abandonadas una vez derogado el DL 600. La reforma laboral debería incluir un amplio cambio en el sistema de capacitación, que busque dotar a los trabajadores de las habilidades y capacidades para aumentar su productividad.
Chile no puede darse el lujo de conformarse con un crecimiento de 2 o 3% anual. Una población que vivió en primera persona los beneficios de crecer tiene justificadas dudas de creer que un mediocre desempeño significará mayor bienestar. Por cierto, muchos gobiernos en América Latina han utilizado tal argumento para justificar equivocadas políticas públicas, fracasando estrepitosamente. Chile debe volver a ser una excepción en la región. Y para eso debe reinventarse, promoviendo el crecimiento y evitando el conformismo.