Parece haber consenso en los técnicos que dirigen hoy en Chile: la obligatoriedad de poner un juvenil en cancha no ayuda. Ni a promover nuevos valores ni a mejorar la calidad del espectáculo. Si la idea era renovar, se está consiguiendo a un costo dudoso, aunque siempre es refrescante ver nuevos valores en el torneo, lo que igual siempre se consiguió en equipos que tienen verdadera convicción formativa. O comercial, como usted prefiera. Audax, O'Higgins y Huachipato, por ejemplo.
Si estamos en esto es por una cadena de malas decisiones directivas. Cuando cambió la legislación laboral deportiva, las sociedades anónimas, que tendrían obligatoriedad de contratar a sus juveniles, decidieron eliminar la mayor de las categorías (la sub 19) para así decidir más acotadamente quiénes seguirían ligados al club en condición de cadetes. Pese a que todos los expertos dijeron que era una medida nefasta para completar el proceso de profesionalización, era evidente que los inversionistas no estaban dispuestos a ceder.
Luego vino lo de los torneos juveniles, donde el sistema se modificó -para abaratar costos, por supuesto- y se organizó por zonas geográficas, incorporando más equipos a la competencia y bajando notoriamente el nivel. Nadie del ámbito técnico consideró adecuada la medida, y, pese a las voces críticas, los inversionistas no estuvieron dispuestos a ceder.
Con un proceso trunco y un campeonato mal diseñado, es poco lo que se puede hacer. Pero en el fútbol chileno siempre hay capacidad para empeorar las cosas. Si algo bueno tuvo este directorio al asumir su primera gestión fue valorizar el trabajo de las selecciones menores, que estuvo virtualmente abandonado desde los tiempos de José Sulantay. Durante el período de Marcelo Bielsa los sparrings recibieron más atención que las selecciones, lo que se notó en sonados fracasos sudamericanos, hasta que apareció Mario Salas para clasificar a un Mundial.
Haciendo lo que parecía más conveniente, la directiva de Sergio Jadue contrató a un campeón del mundo como Hugo Tocalli para comandar el proceso formativo, pero en vez de crecer armoniosamente, el amiguismo y las malas decisiones sepultaron ese proceso, de la peor manera posible. Hoy, con Nicolás Córdova y Miguel Ponce, las selecciones caminan, pero sin estructura central ni vínculo con Jorge Sampaoli, lo que torna trunco todo el proceso. En simple: la sub 17 y la sub 20 no juegan como la adulta.
Por eso, cuando Sampaoli pide renovación, los inversores de las sociedades anónimas acceden: un juvenil en cancha. Lo que no les gusta a los técnicos y no parece tener orgánica de cara a las necesidades de nuestro fútbol. En otras palabras, se tomó una mala decisión para remediar otras tres metidas de pata.
Y de ese modo, es difícil que algo bueno salga de todo esto, cuando ya parece urgente revisar el sistema de competencias y la calendarización del fútbol chileno. Para los inversores, claro, lo prioritario es revisar cómo se repartirán las platas del CDF. Eso es lo urgente. Y lo importante.