Los 33 mineros aún esperan una película que relate su martirio y salvación con la justicia que merecen.
El cénit y la fama fue el rescate del 2010, pero la historia se ramifica y amplifica por la pobreza anónima y subterránea que arriesga su vida mientras rasguña oro y cobre.
El salvamento anunciaba otra existencia bajo el sol, y por eso libro, película, derechos de autor y proteger con abogados su versión.
Y frente a los mineros, el Gobierno que los saca de la caverna y a la cabeza un Presidente recién instalado. En la proeza existían símbolos y metáforas con material suficiente como para crear un relato convincente, exitoso y hasta con futuro, porque la yapa era el encuentro de un delfín en el desierto: Laurence Golborne.
A los rescatados y a los rescatadores se les abrió una oportunidad.
De una vida mejor, en un caso; y de un potente discurso político en el otro.
La película se construye a partir de esa doble conciencia y por eso es una historia vertical y predicadora, y por tanto previsible, obediente y ordenada, donde cada personaje actúa según los protocolos y la orden del día.
Lo estrambótico son las palabras y miradas del personaje de Golborne (Rodrigo Santoro) con María Segovia (Juliette Binoche), que está filmado como si fuera el preámbulo de un romance.
Lo mejor, la recreación de la mina y la catástrofe en el estómago de la montaña para esos mineros que quedan como luciérnagas con su casco abollado y un hilo de luz.
Lo peor, la imagen de un Chile pegoteado con mineros, empanadas, gobierno de turno, menciones a Neruda, charquicán, Don Francisco y el "Gracias a la vida" de Violeta Parra. Y la larga sucesión de noticiarios extranjeros para probar que fue un caso mundial, y la escalofriante secuencia onírica que resume los deseos terminales de un minero: algo como porotos con rienda, vaca lechera y madre cariñosa.
La historia se desploma con ese compendio de Chile, el dossier de prensa internacional y un surrealismo que avergonzaría a don Luis Buñuel.
La mirada íntima, deslenguada, cruda, descarnada, azarosa y la grandeza de una historia no están en los titulares de la noticia; y la película se conforma con los titulares.
"Los 33" es un cine satisfecho de sí mismo que persigue el contento de los protagonistas y que viva la suma de Chile, donde todo el mundo es bueno. Es la historia oronda y oficial.
Y para lograr ese afán y aparte de un burócrata menor, no hay dueños visibles ni personajes responsables de las condiciones precarias e inhumanas en las que trabajan los mineros. Esa parte del relato tan trágica, universal y mineral, solo existe en una leyenda de dos líneas hacia el final.
Después del traje largo, gala, abrazos y lanzamientos, vendrá la verdad.
El gobierno del rescate se arriesga a la reducción inevitable -caricatura y humor- con la que se resiste el cine autorizado, revisado y notarial.
Y los 33 mineros salvados con vida están bien, es lo primero.
Y lo segundo es que siguen esperando.
"Los 33".
Chile-EE.UU. 2015.
Director: Patricia Riggen.
Con: Antonio Banderas, Rodrigo Santoro,
Juliette Binoche.