El ex Presidente de Colombia entre 1994 y 1998 es el actual secretario general de Unasur. Su mandato quedó nublado porque no logró avance alguno en la seguridad del país, y las diversas guerrillas, en especial las FARC, campeaban por casi todo el territorio; lo mismo podía decirse del narcotráfico. La mejoría de la situación del país vino después con Uribe. Además, siendo Presidente, Washington le retiró la visa regular por sospechas de haber sido financiado por el narcotráfico. Nunca se dieron a conocer pruebas de peso al respecto. Si EE.UU. las tiene, las guarda bajo siete llaves y por lo tanto a Samper no se le puede echar nada en cara, no al menos en cuanto a que ese financiamiento haya influido en sus decisiones políticas.
El problema con Samper radica en otro aspecto. Su cargo en Unasur se lo debe a su obediencia al neopopulismo regional, en sus distintas variedades, que emplea métodos democráticos para fines no democráticos. Ellos lo nombraron y les debe acatamiento. Brasil, por sus propias razones, hizo mutis por el foro y junto a otros países, entre ellos Chile, asiente al cuadro tragicómico. Lo es porque destaca todavía más la inutilidad de esa organización -con una sede de arquitectura vanguardista y de vida nula en Quito- en el juego regional, uno de varios juegos del absurdo, de identidad precaria. Por un momento se sospechaba que Unasur tenía como misión proporcionar un espacio en el cual Brasilia ejerciera su liderazgo sin contrapeso, aunque fuera vía Mercosur. Sin embargo hasta el momento las cosas no han ido por ahí. Parece más bien que la crisis interna de Brasil y en general la dificultad de dar coherencia a cualquier convergencia latinoamericana han operado en contra; Venezuela, cuyo gobierno prosperó a golpes de payaseo (en lo cual ha sido rica la historia latinoamericana) se ha sumido en un caos interno de difícil resolución con menor presencia internacional.
Para quien lo vea como una pesadilla habrá que decirle que el neopopulismo no es algo pasajero, sino que una hidra de mil cabezas. Por ello Samper, que le guarda las espaldas, sabe lo que hace y puede convivir con el creciente escepticismo. Como pasa muchas veces, a las opciones más moderadas y que propugnan políticas consistentes de mediano y largo plazo, les es difícil acertar con un discurso y sobre todo una actitud de mayor consecuencia y convertirse en el gran faro de referencia para afrontar los incesantes desafíos. Habrá que adaptarse a esta convivencia.
Por lo mismo si desde 1945 tanto se ha alardeado de la integración de América Latina, no puede seguir la tendencia que representa un Samper. En realidad tampoco la de un dirigente latinoamericano cualquiera, por eminente que sea (mi favorito, para no nombrar a un chileno, es Fernando Henrique Cardoso), sino que tenemos que hacernos a la idea y a la práctica de que estas dos almas deben convivir primero, para que después se vaya realizando una fusión de pareceres y conductas, algo así como ocurrió en Europa después de 1945. En Asia, con estilos más prácticos, quizás demasiado prácticos, en el foro de Asean se coordinan países con sistemas muy diversos sin exigir acatamientos, a pesar de la aguda rivalidad latente por el surgimiento de China, integrante del mismo.
Las divisiones en América Latina no transcurren solo entre países, sino que también al interior de estos; por ello un gobierno en una década puede asumir una posición, y una contraria en la siguiente. Hay que sobrellevar esta profunda cicatriz que no terminará de borrarse con facilidad; quizás en ello consista nuestro destino en las próximas décadas. Pero hay que ir más allá de un Samper.