Daniel Scioli (oficialista) ha hecho algo más que cambiar su discurso: ahora tiene dos discursos. Uno es el de la tribuna, que no lo modificó, y el otro es el que despliega en reportajes periodísticos, que cambió sustancialmente. Ha recurrido a la misma estrategia del opositor Mauricio Macri (con contenidos distintos, desde ya), con la única diferencia de que Macri muestra sus cambios tanto en la tribuna como en los reportajes. Los dos han salido a la caza desesperada de los indiferentes, alrededor de un 25 por ciento de la sociedad, que no militan en ningún fanatismo, que no adscriben a ideologías ni a partidos y que, en última instancia, votan con pragmatismo según la última de sus volátiles decisiones. La falta de creencias y de adhesiones hace prevalecer en ese sector social la valoración del sentido común y del provecho propio. Esos votantes tienen más aspiraciones que despechos o resentimientos y detestan las confrontaciones.
Ese núcleo social , decisivo en cualquier elección, es al mismo tiempo un elemento sustancial que contribuye al error en las encuestas de opinión pública. El fenómeno no es solo argentino; se ha dado en muchos otros países en elecciones recientes. El actual sistema de mediciones está hecho para la modernidad, pero nunca se previó que la posmodernidad procrearía ciudadanos indiferentes, políticamente etéreos, ideológicamente vacíos.
La política es un rayo fugaz que sucede en sus vidas una vez cada dos o cuatro años. La pesca de ese electorado (o de una parte de él, para ser más precisos) es un objetivo cansador, lleno de obstáculos cambiantes. Scioli necesita de cuatro o cinco puntos más, todos provenientes de ese sector social medio y apolítico, para ganar en primera vuelta, que es su definitiva apuesta para llegar a la Presidencia. Macri precisa agregar un caudal parecido de votos a su candidatura para forzarlo a Scioli a una segunda vuelta, que podría constituir su oportunidad perfecta para suceder a Cristina Kirchner.
Por lo pronto, la conclusión más clara de la encuesta de Poliarquía que hoy (ayer) publica La Nación (ver infografía) es que no existe, con los números actuales, la posibilidad de que la elección presidencial de octubre se resuelva en primera vuelta. Esa novedad podría encoger el amplio optimismo con el que se venía moviendo el sciolismo o convertir su triunfalismo en un arma suicida.
Scioli se siente más cómodo con el discurso que dice en los reportajes. Lo expresan más a él que sus profesiones de fe kirchneristas explayadas en las tribunas. Una innovación importante que sumó en los últimos días a sus expresiones públicas es la promesa de "desestresar" a la sociedad. Es el reconocimiento implícito de que existe una sociedad estresada, aunque eso signifique aceptar también que es el gobierno el que la estresó. ¿Quién estaría en condiciones, si no el poder político, de fatigar y enfrentar a los ciudadanos? Macri promete lo mismo, con otras palabras, pero eso es lo que todo el mundo espera de él.
En rigor, y si se miran bien las condiciones de los dos candidatos que están polarizando la opinión electoral, el kirchnerismo, tal como se lo conoció, se terminará el 10 de diciembre. Una cosa es lo que Scioli podría hacer con las políticas de fondo (economía, relaciones internacionales, justicia), para las que el ritmo de los cambios será más lento, y otra cosa es la creación de un clima político y social más pacífico. Este nuevo estado de ánimo social, que desliza en las entrevistas, será una prioridad inmediata para él. La "pacificación de la sociedad", según una expresión (y un anhelo) del Papa Francisco, la asegurarán tanto Macri como Scioli. A ninguno de los dos les saldría otra cosa. No están hechos para guerras culturales ni para combates épicos por la verdad ideológica.
Cuando se baja de la tribuna para hablar en un reportaje, Scioli provoca otra modificación en su discurso. Subraya la necesidad de una marea de inversiones (reconociendo de hecho que ahora no las hay) y promete que irá en busca de ellas a Brasil, Europa, Asia y Estados Unidos. Sucedió en la misma semana que el gobierno de Cristina Kirchner provocó a Washington preguntándole si había hecho algo por la AMIA en sus negociaciones con Irán. Washington le contestó con dureza, pero la Presidenta no se molesta con Scioli. Ella hizo lo mismo que él: prometió en sus campañas presidenciales lo necesario para ganar.
La diferencia con Cristina es que Scioli se siente más él con el discurso de los reportajes. Esas frases describen a un conservador popular, según la vieja categoría política. Toda campaña está llena de cinismos, pero no por eso hay que dejarlos pasar. ¿Por qué el gobierno se escandaliza tanto con el cambio de discurso de Macri mientras su propio candidato está cambiando el suyo? Tal vez porque lo que persigue es la polarización con Macri; teme que un eventual crecimiento de Sergio Massa (peronista disidente) le saque más votos peronistas a Scioli que a cualquier otro. Los furiosos ataques del kirchnerismo contra Macri no hicieron más que beneficiar a éste; el público antikirchnerista percibe que es el principal enemigo del gobierno.
La tribuna es un lugar donde solo se pueden decir algunos eslóganes. El error de Macri fue plantear ahí la modificación (que no es nueva) en su discurso. Otra cosa habría resultado si hubiera explicado sus mutaciones en exposiciones más serenas. La conservación de Aerolíneas Argentinas como empresa estatal no es una opción; es la única alternativa. ¿Quién compraría una empresa que tiene el doble del personal que necesita, que convive con siete gremios y que tiene un déficit insostenible para cualquier empresa privada? Nadie.
Macri requiere que sus aliados Elisa Carrió y Ernesto Sanz (ambos de Cambiemos) crezcan en las elecciones primarias para hacer viable su elección en la primea vuelta y, eventualmente, su presidencia. Carrió ya anticipó que si otra vez sacara el dos por ciento de los votos en las PASO se irá a vivir al extranjero. "No tendré poder ni fuerza moral para seguir defendiendo los principios republicanos", adelantó. Quizá su valor sea más político que electoral. Fue ella la que derrumbó prejuicios y abrió puertas para que la coalición con Macri fuera posible.
Llama la atención, al fin y al cabo, que los dos principales candidatos presidenciales den tan poca importancia a las ideologías después de una década empapada de ideologías. Macri no es un político ideologizado y eso lo demostró como alcalde de Buenos Aires. Le importa más el contenido de las cosas que sus símbolos. Scioli puede tocar en la orquesta kirchnerista con la misma precisión que afina una melodía capitalista y reconciliadora.
El problema de Scioli es que él y su discurso no vienen solos. El Vicepresidente, Amado Boudou, salió a apoyarlo en lo que pareció una conspiración de sus opositores. Es la historia del cristinismo que siempre vuelve. La cuestión económica se complica cada vez más por la crisis sin fondo, política y económica, de Brasil, el principal socio comercial de Argentina. Nadie del gobierno parece detenerse en ella, cuando el destino electoral depende de la estabilidad económica. Sin ella, no habrá discurso, nuevo o viejo, que valga la pena.
Joaquín Morales SoláLa Nación/Argentina/GDA