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Cartas
Viernes 31 de julio de 2015
El ideal socialista I
Señor Director:
Agradezco a Agustín Squella por sus comentarios a mi columna del martes. Tiene razón cuando dice que los derechos sociales no solo son promovidos por quienes se definen como socialistas, sino por grupos de diversas sensibilidades ideológicas y que estos se recogen en la mayoría de las Constituciones modernas, además de tratados de DD.HH. Pero eso lo que prueba es el éxito que ha tenido el ideal socialista en instalarse universalmente, y no que los derechos sociales no respondan, en su naturaleza ideológica, a la cosmovisión socialista.
De hecho, la primera vez que se consagraron internacionalmente fue en la Declaración Universal de Derechos Humanos, en 1948, debido a la presión de los países de la órbita soviética, que se oponían por razones obvias a una carta donde se establecieran solo derechos civiles y políticos (Cranston 1983). Además, la comisión era presidida por Eleanor Roosevelt, quien mostraba una abierta admiración por los "avances" de la Unión Soviética en esa materia.
Ahora bien, ¿son los derechos sociales una promesa de construir el paraíso sobre la tierra? Veamos qué dice el artículo 25 de la famosa declaración: "Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios...". En pocas palabras, toda persona y su familia tienen derecho a vivir bien bajo cualquier circunstancia.
Estoy de acuerdo con Squella en que ese ideal, que deroga de un plumazo el principio de escasez, es deseable. El problema es que los derechos sociales, precisamente porque, a diferencia del paraíso, aquí hay escasez, suponen creación y distribución de riqueza y por tanto son derechos sobre la propiedad ajena. Por lo mismo, su realización lleva necesariamente a colectivizar al menos parte de los frutos del trabajo personal a través del Estado. Y eso, desde un punto de vista liberal, es inmoral porque convierte a unas personas en instrumentos para satisfacer fines de otras.
La diferencia con los derechos individuales negativos que defendieron los Padres Fundadores de Estados Unidos es que estos emanan de nuestra naturaleza e implican una abstención; es decir, que no nos agredan. No es lo mismo exigir que no me esclavicen a exigir que otros me financien la vida. Los derechos individuales -derechos de no agresión- son por naturaleza opuestos a los derechos sociales -derechos a la agresión-, por lo que los segundos no pueden ser la evolución lógica de los primeros como parece sugerir Squella. Es al revés: los derechos sociales son la negación de los derechos individuales.
Por último, como los derechos sociales suponen redistribuir coactivamente riqueza, estos dependen necesariamente de un sistema que la genere y ese -supongo que Squella concuerda- es el libre mercado. Así las cosas, si los defensores de los derechos sociales quieren lograr su objetivo, entonces deben procurar un "realismo sin renuncia" que implica, les guste o no, aceptar al mercado como el único camino posible para acercarse al ideal socialista de bienestar material universal.
Axel Kaiser