Justo Villar ejerció su derecho a pataleo sin que mediaran protocolos. A la primera de cambio, se quejó públicamente por su marginación de la titularidad en Colo Colo. Dio a entender que su salida no tiene explicación lógica porque no se trata de un tema de condiciones futbolísticas ni de estado anímico. No esperó que pasara un par de fechas del torneo o que José Luis Sierra lo conociera con mayor profundidad para establecer sin tapujos que se siente superior a Paulo Garcés. Villar, subyacentemente, expresó que el respeto por las capacidades y oportunidades de su colega terminó cuando colisionó con sus intereses y ambiciones.
Sierra no se hizo problema, por lo menos manifiesto. Afirmó que no se sentía molesto con las declaraciones ni que tampoco encontraba polémicos los dichos de Villar. Lanzó paños fríos para relativizar el primer roce con uno de sus dirigidos, en el entendido de que el escenario de inicio de temporada es impropio como para deslegitimar el reclamo de uno de los pesos pesados del plantel, que además no solo se juega la titularidad en el arco albo sino que también, a sus 38 años, un lugar en la oncena de la selección de Paraguay ad portas eliminatorias mundialistas.
Garcés no ha abierto la boca hasta ahora. Si es sensato, muy posiblemente debería quedarse en silencio mientras siga jugando, y aún si vuelve a la banca. Tiene dos razones poderosas para hacerlo: la evolución natural indica que a Villar le quedará como mucho una temporada en Colo Colo y que él es su sucesor directo; y porque en toda esta controversia ha sido el paraguayo quien se desmarcó del grupo para reclamar por un espacio que todos al interior de un camarín, salvo contadísimas excepciones entre las que no se cuenta el paraguayo, saben que se debe ganar en la cancha y no en los pasillos ni a través de los medios.
En lo que aparenta ser un incidente superficial, hasta inflado artificialmente por quienes necesitan algún foco de conflicto en un Colo Colo que ha dado pocas noticias, podría comenzar a forjarse el modelo de liderazgo que Sierra instaurará en un plantel de jugadores que se acostumbró a tener una relación horizontal con su ex jefe directo, Héctor Tapia. El actual entrenador ha dado señales que su estilo es disímil, su discurso menos "militante" y que tampoco podrá tener la proximidad que desplegó con sus dirigidos en Unión Española, varios de los cuales fueron compañeros de equipo en alguna época. Por eso, la pataleta de Villar, que hoy se asemeja más a un round de estudio para medir fuerzas que a un intercambio definitivo y terminal, es digna de ser seguida en su desarrollo. No solo por el destino que le deparará al arquero paraguayo, sino por la impronta que Sierra quiera imponer en el camarín albo.