De manera absurdamente inusual vivimos el enfrentamiento entre dos selecciones chilenas en las últimas semanas. La de los futbolistas campeones, por un lado (la Roja), y la de los federados panamericanos (el Team Chile), por el otro.
La arista más visible fue la provocada por la Presidenta Bachelet al anunciar la ayuda para construir un nuevo Juan Pinto Durán, lo que motivó la airada reacción de Marco Antonio Oneto, el capitán del balonmano, detallando las miserias del lugar de alojamiento de nuestros deportistas, que -dijo- tienen que dormir en colchonetas, y no hay baños suficientes. Le respondió Claudio Bravo, sorprendiendo con una confesión: de ocho duchas, hay apenas tres buenas en Macul. Nuestros cracks tienen que hacer cola -como en un reducto penal- después de cada entrenamiento, sin que nadie saliera a desmentirlo.
Cabrá recordar que Tomás González criticó el perdonazo a Arturo Vidal y que ninguno de los campeones de América mandó siquiera un saludo por Twitter a los medallistas de Toronto; que fue frecuente ver mensajes en las declaraciones frente a la desigualdad de recursos y que cada oportunidad fue aprovechada para resaltar las desigualdades en cobertura, ingresos y publicidad de las que goza el fútbol con respecto a las otras disciplinas, olvidando que el aporte estatal al alto rendimiento y la infraestructura es el más alto de toda la historia.
Es cierto, cuesta entender el aporte de los últimos gobiernos a las sociedades anónimas con la construcción de estadios, que han aliviado la inversión e incrementado el valor de una competencia que hace rato es propiedad de privados, pero da la impresión de que para nuestros representantes panamericanos nada es suficiente, ni siquiera el loable esfuerzo del Comité Olímpico para generar recursos a través del aporte de las empresas privadas.
Lo concreto es que en esta pelea nadie salió bien parado. Es verdad que el fútbol puede sentirse orgulloso del título sudamericano, pero ha costado mucho explicar las faltas a la disciplina y la ética que cometieron Arturo Vidal y Gonzalo Jara. No parece ser, en todo caso, el Team Chile el más indicado para señalar con el dedo, toda vez que el doping y los escándalos han marcado una muy digna participación en Toronto.
El enfrentamiento entre Karen Gallardo e Isidora Jiménez por la lucha entre belleza y talento pareció no sólo falso y equivocado, sino marcado por el indeleble toque de la envidia. La pelea a combos entre Roberto Echeverría y Christopher Guajardo fue patética, en las formas y en el fondo: uno fue suspendido por doping y el otro no terminó el maratón, "porque las condiciones eran muy duras". Igual consideraron pertinente insultarse y agredirse en medio del casino panamericano, demostrando que si hubiera medalla de oro para los papelones, la habríamos ganado sin discusiones. Y eso que con la mocha en las aguas abiertas ya parecía suficiente.
En la reflexión permanente que supone alcanzar el éxito y el camino para lograrlo -que no es exclusivo para los chilenos, y menos para el deporte, exclusivamente-, las últimas semanas nos han dejado mucho material para reflexionar. Orgullosos estamos de los triunfos que cosechamos. Perplejos ante tanta falta de criterio, decencia y deportividad.